VIÑETAS CLINICAS.-
David tiene ocho años, es un niño robusto hijo de padres recién separados. Comienza un tratamiento psicoanalítico a causa de los trastornos de comportamiento surgidos desde que nació su hermana hace tres años y agravados desde la separación de los padres. Durante el segundo mes de tratamiento David, acompañado de su madre, llega con algo de antelación a la consulta y se cruza con una pequeña paciente que ha terminado su sesión y se marcha con su padre. Al comienzo de la sesión comienza a mostrarse violento con los objetos de su cesta; los tira y esparce por toda la consulta mirándome desafiante. Cuando le interpreto que “hoy parece estar muy enfadado al descubrir que viene una niña a la consulta, no es el único que juega conmigo, y tiene miedo que yo la prefiera a ella y me canse de él, le deje aparte y le eche, como siente que le ha pasado en casa, reaccionando ahora conmigo como reacciona en su casa cuando se siente mal”, lejos de calmarse me lanza un escupitajo e intenta sacudirme un puñetazo. Cuando intento contenerle físicamente, diciéndole que no puedo dejar que me haga daño, empieza a gritar y a intentar darme patadas.
Como no se calma opto por interrumpir temporalmente la sesión, llevándole a la sala de espera con su madre y diciéndole que interrumpo la sesión hasta que se calme y podamos seguir jugando y hablando de lo que le pasa.
Esther es una niña morenita, de aspecto frágil e hija única. Tiene 6 años en el momento de llevar a cabo la primera consulta y es enviada por un amigo médico pediatra que trabaja con la madre en un hospital de Madrid. Inicia un tratamiento psicoanalítico a causa de padecer síntomas obsesivo compulsivos que trastornan tanto su vida personal como sus relaciones con la familia y la escuela. Ambos padres están preocupados por las “manías” de la hija y porque observan que sufre mucho y no es feliz. Me piden abierta y francamente que intente hacer algo para ayudarla a salir de ese “laberinto” donde parece estar metida. Tras seis meses de tratamiento, un día, Esther, viene con el papá quien presenta un aspecto bastante serio y sombrío. Me dice que esta semana estaba de paso y que aprovechó para traer a su hija porque ella se empeñó mucho. Esther comienza la sesión diciendo que quiere jugar a las familias y que yo voy a hacer de papá y de abuela. La noto más nerviosa que otras veces y está como contrariada. Ella hará de mamá y de niña. Yo tengo que enfadarme mucho con la mamá porque está embarazada y va a tener un bebé. La abuela tiene que regañar al papá diciéndole que lo tiene merecido por hacer guarrerías y que si no lo quiere que lo tire al retrete como una caca. Ella hace de mamá y ante el enfado del marido, “se tira al suelo, va y se desmaya”. Entonces, Esther misma, que hace de hija, se lía a darle un montón de bofetadas con el pretexto de que así se va a despertar diciéndole: “despierta, despierta, que si no te vas a morir”. Entonces la madre se despierta y grita que se va al hospital porque allí si que la quieren y la cuidan mejor. Entonces se va de la casa, da un portazo y les deja a todos plantados. La niña se va detrás de la madre y saca la lengua al papá y a la abuela. Yo me quedo muy sorprendido y preocupado por el contenido y la forma de plantear la historia. Noto a la niña más excitada y angustiada de lo habitual.
No acierto a decir otra cosa que: “esta es una historia nueva…no es como las otras que traías…¿a lo mejor ha pasado algo en tu casa o en tu colegio que te preocupa mucho, o piensas que puede pasar algo que has imaginado y alguien va a tener que irse de casa y separarse de los demás?”. Muy afectada me dice que su papá está muy enfadado con su mamá y la ha echado de casa porque va a tener un bebé…y que su papá no quiere que ella vaya al hospital y tampoco quiere que ella venga aquí conmigo, así que no va a venir más y se va a ir con su papá a otra ciudad. Al terminar me dirijo al padre y le comentó que sería muy necesario que tuviéramos una entrevista junto a la mamá, ya que por sus viajes lo hemos demorado excesivamente y hay cosas importantes que deseo comentar. Me contesta seco que no será posible porque él se marcha dentro de tres días y se lleva a su hija a otra ciudad. Quiere que vaya a un colegio mejor y que aprenda inglés, algo muy importante para su futuro. Se despide diciendo que la madre de Esther se pondrá en contacto conmigo para pagarme las sesiones pendientes.
“Tim acude a su primera sesión ansioso y deprimido. Se sienta lo más lejos de mí, observándome con desconfianza. Tras las interpretaciones iniciales acerca del miedo que siente ante este nuevo sitio, las nuevas formas de comportamiento y la desconfianza que le inspiro, Tim parece comprender que el análisis constituye un lugar en el que se toman en cuenta los estados de ánimo y en el que se habla. Empieza entonces a comunicarse. Se dirige hacia el baúl de los juguetes, saca algunos, arrincona uno al fondo, apila el resto encima para hacer una torre sobre la que se apoya con fuerza, de suerte que la torre empieza a desmoronarse. Mi interpretación: está confiándome cómo se siente, le pesan demasiadas cosas en este momento y siente que se está cayendo a pedazos.
Desde el primer día, la transferencia es intensa y ambivalente. Yo soy ese personaje odioso y espantoso a quien su madre le envía para librarse de él; soy también la persona a quien puede expresar el contenido inconsciente de la angustia aguda que le hace aferrarse a su madre externa y de quien puede esperar que comprenda esta angustia. La transferencia negativa se ve reforzada además por el hecho de que me convierto para Tim en la representante de una madre interiorizada hacia la cual le mueve un odio violento y de la cual siente que emanan permanentemente crueles críticas.”
(…) Al entrar en la sala de juegos Tim ve encima de la mesa la ficha donde está anotada la fecha de las vacaciones. Le explico de qué se trata. “¡Hurra!”, exclama aplaudiendo: suena totalmente a falso. De repente se lanza sobre mi y se pone a darme puñetazos en el pecho gritando: “Ha hecho Ud. Eso en su despacho, con cigarros y vino. Lo ha hecho anoche. Me voy a construir un despacho para mí”. Sus palabras están llenas de furia, pero también de desesperación; la situación acaba en una sucesión confusa de palabras a voz en grito, entre las que destacan “joder” y “dar por culo” . Coge la ficha con los dientes y la arruga con rabia luego la mete en la cerradura del baúl de juguetes y abre y cierra la tapa como si fuera una boca gigantesca hasta que rompe la ficha(…)
Empiezo diciéndole que acaba de sufrir un “shock”, pues está furioso ante el anuncio de las vacaciones. Añado que es como papá y mamá cuando están manteniendo relaciones sexuales de noche, relaciones que él siente que están dirigidas contra él, y como un nuevo seno, malo, que yo le habaría dado para que se amamantara; eso explica que me golpeara el pecho y que utilice ahora el baúl como si fuera una boca que rompe la ficha. Tim deja entonces de romper la ficha y empieza de nuevo a pegarme (…)( fragmento de “La Transferencia”. Anna Segal y Edna O’Shaughnessy. Cap. 12 . Pag 189. “El niño sus padres y el psicoanalista”. (Ob. Cit)
“S. Es una niña de 13 años cuyos padres se ocupan con responsabilidad de sus hijos, pero que presentan a su vez numerosos problemas psicológicos. (…). S. Ha venido a verme a causa de su actitud constante de enfado y su falta de docilidad en casa, por sus malas notas en el colegio y porque en general no es feliz.
Pese a su actitud de desconfianza y a su angustia durante la fase inicial, S. Se comunica bien y claramente desde el principio y saca mucho provecho de su análisis, a juzgar por sus reacciones en la sesiones y la pequeña mejoría operada en su vida. En el transcurso de la fase siguiente, sin embargo, cada vez iba resultado más difícil entrar en contacto con ella. Su actitud hostil y de enfado, que se había atenuado, reaparece con fuerza. Sesión tras sesión, va construyendo el decorado de una granja con personas y animales a las que encierra en silencio detrás de unas vallas. A veces se amordaza a sí misma con un trozo de cinta adhesiva. No reacciona ante las interpretaciones que intento, nada se mueve en su juego y no consigo encontrar un puesto satisfactorio en la transferencia. Su material sigue siendo el mismo, con ínfimas variantes; estábamos estancadas, hasta que un día decido abordar la situación de forma diferente.
Yo había interpretado su resistencia y su enfado como hostilidad; ahora veo que se trata de miedo a saber. Necesitaba no saber y levantar una barrera entre las cosas y ella misma. Al cabo de unas sesiones de análisis abordadas desde esta óptica, abandona su juego con los personajes de la granja y aporta material nuevo (…).”( fragmento de “La Transferencia”. Anna Segal y Edna O’Shaughnessy. Cap. 12 . Pag 189. “El niño sus padres y el psicoanalista”. (Ob. Cit)
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Las situaciones descritas en estas viñetas clínicas son habituales y se dan con mucha frecuencia en los tratamientos infantiles, creando al psicoanalista dificultades y problemas técnicos difíciles de solventar y que suelen conducir, muchas veces, a la interrupción del tratamiento.
No sólo los pequeños pacientes, sino también sus padres suelen, con frecuencia, transferir sobre el psicoanalista, durante el tratamiento, sentimientos ambivalentes y variados deseos inconscientes; muchos de estos sentimientos y deseos, vividos con un marcado sentimiento de actualidad, no son más que una repetición de prototipos del pasado infantil que funcionan como resistencias frente al desarrollo del proceso terapéutico inaugurado por el tratamiento.
En psicoanálisis se designa con el término transferencia al proceso en virtud del cual los deseos inconscientes se actualizan sobre ciertos objetos, dentro de un determinado tipo de relación establecida con ellos y, de un modo especial, dentro de la relación analítica. En general, lo que los psicoanalistas denominamos transferencia sin otro calificativo, es la transferencia durante el proceso psicoanalítico.
La transferencia se reconoce clásicamente como el terreno en el que se desarrolla la problemática de un tratamiento psicoanalítico, caracterizándose este por la instauración, modalidades, interpretación y resolución de la transferencia.
Las transferencias en psicoanálisis con niños presentan, si las comparamos con el análisis de adultos, aspectos específicos que hay que tener en cuenta. No sólo se presentan como fenómenos masivos e inmediatos, sino que se extienden y despliegan también con los padres e, incluso, en determinadas situaciones con las personas que les envían a tratamiento y que suelen tener un lugar destacado en el sistema de valores familiar, como pudieran ser los maestros, el pediatra o el médico de familia.
Por ejemplo, nos decía Diatkine, en el capítulo 7, apartado 4 de su libro “El Psicoanálisis Precoz”: “Una segunda situación atípica es la presencia de la madre durante las primeras sesiones. Esta situación se encuentra frecuentemente con los niños pequeños y crea problemas de difícil solución. Recordemos el caso de Ruth citado por M. Klein, que presentaba una intensa fijación a la madre y un gran miedo a los extraños (…) Es conocido el hecho de que M. Klein no recomendaba esta práctica si no era como último recurso. (…) La hermanastra de Ruth, aunque había sido psicoanalizada conservó, mientras su presencia en las sesiones fue necesaria, una actitud de desconfianza frente a M. Klein, repitiendo frecuentemente que nunca conseguiría ganarse la confianza de la pequeña. Esta actitud es frecuente en las madres a pesar del deseo aparente de que hijo se cure. La satisfacción consciente o inconsciente que consiguen de esta situación de demostración del vínculo intenso manifestado por el hijo con ellas, compensa la herida narcisista provocada por la necesidad de someterlo a un psicoanálisis. No resulta raro, finalmente, verlas actuar de tal manera que termine realizándose su deseo inconsciente de que falle la terapia”.
El tratamiento psicoanalítico tiene que ver fundamentalmente con el análisis y el manejo de los fenómenos transferenciales. Siendo esto un aspecto esencial del tratamiento no puede reducirse a un mero concepto técnico ya que su conceptualización y su abordaje van a incidir en la dirección y el éxito del análisis.
Los fenómenos transferenciales también implican y complican al psicoanalista ya que su inconsciente, sus conflictos, sus defensas, sus fenómenos de repetición, sus transferencias y su narcisismo están directamente implicados en el proceso psicoanalítico con el pequeño paciente y su entorno inmediato.
Los problemas que presentan los fenómenos transferenciales resultan ser más complicados en el tratamiento con niños ya que, como decíamos antes, éstos implican también a los adultos del entorno (padres, maestros, pediatras, etc.) con sus particulares conflictos edípicos y narcisistas y, sobre todo también, porque no trabajamos con “el niño interno” del adulto (lo infantil que perdura en el adulto), sino con el niño actual y esto impacta de una forma directa e intensa, a veces, traumática y angustiante, en el inconsciente del psicoanalista, que tiene que enfrentarse ineludiblemente a sus propias vivencias de desamparo originarias y a las ansiedades más primarias como depositario de proyecciones violentas que pueden no sólo conmocionarlo, sino sacarle de su posición neutral como psicoanalista.
Si el adulto tiende a repetir lo que vivió, el niño repite lo que vivió y lo que está viviendo; y no siempre mediatizado por la palabra, sino mezclado con acciones que muchas veces requieren, excepcionalmente, determinadas acciones como respuesta alternativa a la interpretación verbal. Es decir, como sucedió en la primera viñeta clínica expuesta al principio, muchas veces el psicoanalista se ve impelido a utilizar acciones que tienen una “función de corte” y que funcionan, en otra dimensión, como verdaderas interpretaciones transferenciales. Estas situaciones relacionan íntimamente la transferencia con la protección del encuadre, y cada vez que el niño, por medio de su repetición transferencial intenta alterar o romper el encuadre, el psicoanalista no tiene otra alternativa que intentar de nuevo “encuadrarle”, mediante la palabra o, como ya dije antes, excepcional pero firmemente, utilizando una determinada acción controlada.
Los fenómenos transferenciales se presentan siempre bajo la forma de sentimientos contradictorios, unas veces amorosos y otras hostiles. Pero también, la transferencia se presenta bajo la forma de suponer y otorgar al profesional un determinado poder y un determinado saber sobre el sufrimiento. Los niños suelen colocar al psicoanalista, inmediatamente, en el lugar idealizado de los padres omnipotentes y omniscientes, que desde su visión restringida del mundo, todo lo pueden y todo lo saben, lo que tarde o temprano conduce a los desengaños y frustraciones correspondientes.
Tanto los sentimientos amorosos y hostiles, como la sobrevaloración o desvalorización del psicoanalista, por parte del niño y de los padres, pueden constituirse en motor principal o en obstáculo insalvable, en forma de resistencias, para el adecuado progreso del tratamiento.
Manejar e interpretar la transferencia, sobre todo la transferencia negativa, durante el tratamiento con niños es una cuestión compleja y paradójica que se presenta como un arma de doble filo. Es decir, en general cualquier tipo de transferencia pero, sobre todo la transferencia negativa, es lo que hay que manejar adecuadamente e interpretar correctamente para dar continuidad e impedir la interrupción del tratamiento. Sin embargo, y esta es la paradoja, la transferencia negativa es lo que pone dificultades y, a veces, impide que surja la interpretación adecuada que daría continuidad a la cura psicoanalítica.
Muchos autores postfreudianos están de acuerdo en afirmar que el psicoanálisis nace y se desarrolla debido fundamentalmente a la existencia de la transferencia negativa y al esfuerzo por superarla. En su informe de 1951 decía Lagache que si se hubiera podido hipnotizar a todos los pacientes, el psicoanálisis como tal no existiría hoy.
Es precisamente el manejo y la manera de afrontar la transferencia negativa mediante la interpretación lo que diferencia el psicoanálisis de cualquier otro tipo de tratamiento.
Es decir, cuando surge la transferencia negativa durante el tratamiento psicoanalítico no quedan más que dos salidas alternativas; la ruptura o el adecuado manejo de la misma y su interpretación.
La forma de recibir, acoger y tratar los fenómenos transferenciales, tanto positivos como negativos, por el psicoanalista durante el proceso de la cura y en el seno del encuadre psicoanalítico –experiencia, sin equivalente en la vida real, que viene a trastocar las normas habituales que rigen los intercambios humanos-, permite que estos fenómenos sean compatibles con el despliegue de las transferencias, con su manejo y su interpretación, algo que es específico solamente del psicoanálisis.
(Ver en el APÉNDICE adjunto fragmentos relacionados con la transferencia negativa extraídos de textos de Freud, Ferenczi, Reich, M. Klein, D.W. Winnicott, A. Freud, Lacan y otros.)
¿ES POSIBLE ABORDAR E INTERPRETAR LA TRANSFERENCIA NEGATIVA? ¿QUÉ CONDICIONES DEBEN DARSE PARA QUE ELLO SEA POSIBLE? .-
Al principio Freud decía que si durante el tratamiento dominaban la hostilidad, la indiferencia o los elementos eróticos, los barreras contra la posible interpretación de la transferencia se hacían insuperables e, incluso, se hacía imposible la continuación del tratamiento. En estos casos Freud recomendaba preparar una honrosa “retirada”. Por ejemplo, en “Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, Freud, tras haber descrito la indiferencia con la que la paciente acogía las interpretaciones, escribe: “es muy difícil sacar a la luz semejante hostilidad latente sin poner en peligro la continuidad del tratamiento”; tras lo que recomendaba continuar un análisis con una analista mujer…
¿Quería decir, por entonces, Freud, con esta observación que si un analista no quería perder a su paciente, lo mejor era que no interpretara la transferencia negativa o, mejor quizá, desde el punto de vista técnico lo que debería de hacer era pasarle “la patata caliente a otro”, ya que en el mejor de los casos, la transferencia negativa sólo puede ser abordada ”en frío”, con el siguiente psicoanalista?.
En el texto citado, así como en muchos otros suyos, cuando se presenta la transferencia negativa, Freud plantea una serie de cuestiones técnicas relacionadas curiosamente con la elección de actitudes activas; es decir, interrumpir el tratamiento, derivar al paciente a otro psicoanalista o renunciar, total o parcialmente, a interpretar dicha transferencia negativa.
A pesar de los años que separan “Estudio sobre la histeria” , en el que Freud otorga ocho días a Emmy von N…para que cambie de opinión sobre el origen de sus dolores gástricos, y “El hombre de los lobos” para con quien, con objeto de provocar una dinámica que no llegaba a instalarse, fijó un término al tratamiento, existen ciertas similitudes a pesar de haber elaborado ya una verdadera teoría de la transferencia. Freud adopta en ambos casos la misma actitud activa de “extorsión” como la única capaz de provocar una dinámica de cambio. ¿Podemos pensar que entonces Freud se mostraba completamente desilusionado frente al escaso impacto que sus interpretaciones tenían frente a la violenta resistencia ofrecida por el paciente bajo el imperio de la transferencia negativa, fuera ésta latente o manifiesta.
¿QUÉ PENSABAN OTROS PSICOANALISTAS DE LA ÉPOCA DE FREUD?
S. Ferenczi: Ferenczi fue el primero en mencionar el concepto de contratransferencia y pionero, junto a W. Reich, en plantear el tema de la transferencia negativa latente. Freud no sólo fue su psicoanalista, sino también su maestro y de algún modo, funcionalmente, su padre; y como tal recibía de Ferenczi todo tipo de demandas. Se trataba de una intensa demanda transferencial que lo llevó en 1932 a escribir un artículo que tituló “La insensibilidad del analista” refiriéndose a su analista, es decir, a Freud concretamente. Ferenczi en 1930 le escribe a Freud: “Al comienzo fue Ud. mi venerado maestro, luego se convirtió en mi analista, pero no consintió en llevar mi análisis hasta el final; me pesó que Ud. no llegara a ver en mi los sentimientos negativos y no los condujera a la abreación. Esto me llevó a no contar ya con su aprobación y a no sobreestimar la importancia que yo tenía para usted.”
Freud le contesta “Me siento decepcionado, no me parece que sus investigaciones lleven a un puerto deseable. Sin embargo, como a un hijo espero su regreso, creo que se trata de su tercera pubertad”
Tras la identificación sumisa con el agresor y el odio y el rencor latentes observados en sus pacientes, Ferenczi descubrió historias de traumatismos sexuales y seducciones incestuosas llevadas a cabo durante la niñez del paciente por personas adultas cercanas: “Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños tras esos sucesos. Su primera reacción será de rechazo, de odio, de desagrado, y opondrán una violenta resistencia;”¡No ,no quiero, me haces mal, déjame!”. Ésta, o alguna similar, sería la reacción inmediata si no estuviera inhibida por un temor intenso. Los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, e incluso pueden hacerles perder la conciencia. Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí y ha identificarse por completo con el agresor”.
Pero, lo más importante de todo es que “el cambio significativo provocado en el espíritu infantil por la identificación ansiosa con su pareja adulta, es la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto: el juego hasta entonces anodino, aparece ahora como un acto que merece castigo”.
Lo que importa, decía Ferenczi, desde el punto de vista científico era la hipótesis que se derivaba de esta observación y es que “la personalidad aún débilmente desarrollada reacciona al desagrado brusco no mediante el rechazo, sino con una identificación ansiosa y con la introyección de lo que la amenaza o la agrede”.
Para terminar, Ferenczi, hacía una importante recomendación: “Los padres y los adultos, tanto como los psicoanalistas, deberían aprender a reconocer tras el amor de transferencia, la sumisión y la adulación de nuestros hijos, pacientes o alumnos, un deseo nostálgico de liberarse de este amor opresivo”. Si se ayuda al niño, al paciente o al alumno a abandonar esta identificación sumisa con el agresor, y a defenderse de esta transferencia intensa, pudiendo expresar el odio latente, puede decirse que se ha conseguido elevar el desarrollo de su personalidad a un nivel superior.
W. Reich: Una serie de malas experiencias debidas al manejo equivocado de la transferencia en el momento de la reacción de decepción, me enseño a valorar adecuadamente el peligro del análisis de la transferencia negativa, ya sea la transferencia negativa original, ya aquella otra originada en la decepción del amor transferencial. Hasta tanto un paciente que, en una buena transferencia positiva, había aportado abundantes recuerdos sin lograr pede a ello mejorar, me dijo muchos medes después de interrumpir el análisis que nunca había confiado en mi, hasta entonces no aprecié realmente el peligro de una transferencia negativa a la cual se deja permanecer en estado latente. Esto me hizo buscar, con éxito, los medios de hacer que la transferencia negativa saliera siempre de sus escondites.
En el Seminario Técnico nos ocupaba también sobremanera el problema de la transferencia negativa, en particular la latente. En otras palabras, no se trataba de un punto ciego individual; pasar por alto la transferencia negativa parecía algo totalmente general. Sin duda, esto se debe a nuestro narcisismo que nos predispone a escuchar lo que nos halaga, pero nos ciega a las actitudes negativas a menos que estén expresadas en forma mas o menos grosera. Es asombroso que en la literatura psicoanalítica, “transferencia” se refiere siempre a actitudes positivas; fuera del artículo sobre “Passive Tecnik” de Landauer, el problema de la transferencia negativa ha sido esencialmente descuidado. Pasar por alto la transferencia negativa es sólo uno de los numerosos errores que confunden el curso del análisis”.
Reich en este artículo, investigando las causas de las llamadas situaciones caóticas del tratamiento psicoanalítico descubre que deberían achacarse a los siguientes errores de interpretación:
1) Interpretaciones demasiado tempranas del significado de los síntomas o de otras manifestaciones de las capas más profundas del inconsciente, en particular de los símbolos. El paciente pone el análisis al servicio de las resistencias que permanecen ocultas y uno descubre demasiado tarde que, completamente intacto por el análisis, el paciente se ha limitado a describir círculos.
2) Interpretación del material en el orden en el cual se presenta, sin considerar la estructura de la neurosis y la estratificación del material. El error consiste en interpretar por la exclusiva razón de que el material se presenta con claridad (interpretación asistemática del significado).
3) El análisis se torna confuso no sólo por la interpretación del material a medida que éste se presenta, sin también porque las interpretaciones se plantean antes de trabajar sobre las resistencias principales. Vale decir, la interpretación del significado precede a la interpretación de la resistencia. La situación se complica más aún debido a que pronto las resistencias se concatenan con la relación con el terapeuta y así la interpretación asistemática de las resistencias también complica la situación transferencias.
4) La interpretación de las resistencias transferenciales no sólo es asistemática, sino también inconsecuente, o sea, que se pasa por alto el hecho de que el paciente tiende a volver a esconder sus resistencias, a enmascararlas mediante producciones estériles o agudas formaciones reactivas. Las resistencias transferenciales latentes se pasan en su mayor parte por alto o bien el analista teme permitirles su pleno desarrollo, o traerlas a luz cuando están escondidas en una u otra forma.
Estos errores se basan probablemente en una concepción errónea de la regla de Freud según la cual el curso del análisis debe ser determinado por el paciente. Esta regla sólo puede querer decir que no debemos perturbar el trabajo del paciente mientras prosigue de acuerdo a su deseo de mejorar y con nuestras intenciones terapéuticas. Pero, por supuesto, debemos actuar tan pronto como el temor del paciente a afrontar su conflicto y su tendencia a seguir enfermo, perturba este curso”.
M. Klein (Los orígenes de la transferencia. 1912): “Sacaré ahora la conclusión sobre la cual descansa este trabajo: sostengo que la transferencia se origina en los mismos procesos que determinan las relaciones de objeto en los primeros estadíos. Por esto tenemos que remontarnos una y otra vez en el análisis hacia las fluctuaciones entre los objetos amados y odiados, internos v externos, que dominan la primera infancia. Sólo podemos apreciar plenamente la interconexión entre las transferencias positivas y negativas si exploramos el primer interjuego entre el amor y el odio, el círculo vicioso de agresión, angustias, sentimientos de culpa y agresión incrementada, y también los aspectos diversos de los objetos hacia los cuales estas emociones y angustias en conflicto se dirigen. Por otra parte, explorando estos procesos primitivos me convencí de que el análisis de la transferencia negativa que ha recibido relativamente poca atención 3 en la técnica psicoanalítica, es una condición previa del análisis de los niveles más profundos del psiquismo. El análisis de la transferencia negativa, como el de la transferencia positiva y de la interconexión de ambas es, como lo sostuve durante muchos años, un principio imprescindible para el tratamiento de todo tipo de pacientes, tanto niños como adultos. Fundamenté esta opinión en la mayoría de mis trabajos desde 1927 en adelante”.
A. Freud: Hemos dejado ya de creer, -continúa A. Freud-, que todo período de transferencia negativa en el análisis de niños plantea un peligro concreto para la continuidad del tratamiento, ya que en esos momentos se desata un verdadero conflicto entre los padres y los hijos. Cuando se manifiesta la transferencia negativa, con frecuencia los niños se rehúsan a ser llevados al consultorio del psicoanalista o tratan de inducir a los padres a poner punto final al tratamiento. Sabemos ahora que los pequeños pueden pre-elaborar dichas fases de manera similar a los adultos, y que las manifestaciones de transferencia negativa suministran material tan valioso como en el análisis de los adultos. Por extraño que parezca, existen incluso informes sobre casos de niños en los que la transferencia negativa coloreó todo el cuadro clínico desde el principio al fin, sin por ello impedir el logro de resultados exitosos.
Sin embargo, los profesionales especializados en el campo del análisis de niños suelen interpretar las reacciones provocadas por una transferencia negativa algo más rápidamente que las respectivas reacciones producidas por una transferencia positiva, con el fin de evitar que alcancen una magnitud tal que dificulten las interpretación e impidan que el paciente elabore vínculo alguno con el psicoanalista. Pero, en términos generales, si se maneja correctamente, no es la transferencia negativa, en sí misma, el factor que ocasiona la interrupción abrupta de un tratamiento, por otra parte potencialmente satisfactorio.
Muy otra es la situación cuando se hallan implicadas tendencias hostiles que no se desplazan de objetos previos al analista, sino que afloran en el niño debido a la aplicación, durante la sesión de análisis, de ciertos métodos que (ahora lo sabemos a ciencia cierta) se cuentan entre los errores de técnica más comunes. Los pequeños reaccionan de manera adversa siempre que las defensas del yo contra el contenido inconsciente indeseable se ven atacadas demasiado abruptamente, en vez de permitírseles aflorar a la conciencia psicológica de manera gradual y no precipitada. De resultas de todo ello, surge en el niño una ansiedad que excede los límites susceptibles para su adecuado manejo. Hay varios informes sobre pequeños pacientes que se negaron de plano a proseguir el análisis cuando se producía esta situación.
SI CONSIDERAMOS QUE ES INTERPRETABLE DURANTE EL TRATAMIENTO: ¿QUÉ CONDICIONES, PUES, HAN DE DARSE PARA QUE SEA POSIBLE INTERPRETAR LA TRANSFERENCIA NEGATIVA?
Es decir: ¿qué es lo que puede provocar la interrupción del tratamiento cuando se saca a la luz la transferencia negativa (cuestión planteada en el texto ya nombrado de Freud sobre el tratamiento de una mujer homosexual), cuando sabemos además –y ya a ciencia cierta-, que si no se saca a la luz y se elabora adecuadamente durante el análisis, o no se realiza completa y correctamente el tratamiento (caso Ferenczi), o éste marcha de forma directa hacia su interrupción. (cuestión planteada en el famoso caso Dora).
¿Existen algunas condiciones que permitan interpretar las transferencias negativas en el tratamiento con niños sin poner en peligro el proceso psicoanalítico?.
¿Existen señales precursoras u otros indicios que nos permitan sacar a la luz, manejar e interpretar correctamente dicha transferencia negativa?
¿Qué es lo que la hace accesible?
(Ver resumen de la aportaciones de los diferentes autores que aparecen en el APÉNDICE)
Ya en los textos freudianos encontramos algunas respuestas a estos interrogantes. Respecto a qué es lo que facilita el trabajo psicoanalítico con el paciente, Freud responde con insistencia que se trata de la transferencia positiva de carácter afectuoso. En numerosos escritos Freud nos habla constantemente de la confianza y de los sentimientos amistosos y tiernos que se encuentran en la base de la transferencia positiva, apoyados en dos pilares fundamentales: por una parte en la inhibición de cualquier objetivo pulsional directo y por la otra, en la sugestión (que está íntimamente relacionada con el narcisismo y los fenómenos de idealización)
Aunque la noción de sugestión aparece en Freud casi como sinónimo de transferencia positiva, éste diferenciará siempre el tipo de esperanza crédula que suele concederse a los curanderos, del tipo de esperanza donde interviene la “certeza de marchar por el buen camino”.
La transferencia positiva y la transferencia negativa, directamente relacionadas e interdependientes, no aparecen nunca simultáneamente. Suelen mostrarse disociadas y aparecen en momentos diferentes durante el curso del tratamiento. Cuando la transferencia es positiva potencia el trabajo interpretativo y el avance del proceso psicoanalítico, mientras que cuando es negativa tiende a invalidar tanto uno como el otro, si no se maneja e interpreta adecuadamente.
El corolario de todo esto podría ser que: para que sea posible interpretar la transferencia negativa, es necesario, casi como una condición “sine qua non”, que también exista una determinada transferencia positiva. Es decir, entre ambas existe una relación dialéctica y, por lo tanto, durante el tratamiento deberíamos poder distinguir entre “la transferencia que hay que interpretar” y “otro tipo de transferencia que es la que nos permite interpretar”.
Decía R. Diatkine en su libro sobre el psicoanálisis precoz: “Si bien la escisión del objeto y la persistencia no difuminada de la “fobia del extraño”, son el signo de un sistema defensivo muy arcaico, esta proyección no resulta de ningún modo, específica de la situación psicoanalítica, y tampoco la señal de la constitución de cualquier relación psicoterapéutica. Es más bien el modo habitual según el cual el niño inviste una situación nueva proyectando inmediatamente sus objetos internos sobre la nueva persona que entra en su campo perceptivo y que, por lo tanto, es “asimilada” mediante esta forma repetitiva. Hemos demostrado, por último, que “detrás” del investimiento negativo de la psicoanalista existía un investimiento positivo inconsciente cuyo desarrollo tendrá una importancia grandísima. (…) “La valoración del aspecto negativo de la transferencia no debe nunca provocar una infravaloración de sus componentes libidinales positivos” (…) “Como explicaremos en el CAPIT. IX, una de las sprimeras organizaciones defensivas provocadas por la continuidad objetal es la posibilidad de desplazar el investimiento negativo sobre un tercer personaje (escisión e identificación proyectiva); sin embargo, este proceso debe su valor defensivo sólo a la condición de ser acompañado por un cierto desplazamiento de investimiento positivo (edipificación). M. Klein explica el investimiento positivo inmediato del psicoanalista con la necesidad de reencontrar una relación con el “pecho bueno”, que podría ser considerado como una formulación cercana a la nuestra, si no implicara una referencia a la situación original constituida por la fase esquizo-paranoide”.(R. Diatkine: El Psicoanalisis precoz. El proceso psicoanalítico”. CAPIT. 7. apartado 3 y 4).
Otra de las condiciones que han de darse, según Freud, además de la existencia de un cierto apego con la persona del psicoanalista y de una cierta confianza en el “encuadre psicoanalítico”, es que la interpretación ofrecida sea cercana al Yo del paciente, cercana a sus pensamientos concientes.
Aquí salta a la luz la polémica clásica de las controversias entre A. Freud y M. Klein acerca de qué es lo más urgente y conveniente interpretar: ¿primero las resistencias o directamente la fantasía inconsciente?.
(Ver en el APÉNDICE adjunto las propuestas de M. Klein y los kleinianos frente a las propuestas de W. Reich, A. Freud y los freudianos).
Estas condiciones han sido también especialmente investigadas por Winnicott en sus trabajos sobre el desarrollo del psiquismo temprano; y están directamente relacionadas con sus conceptos de “holding”, “presentación del objeto” y “objeto transicional”.
Es decir, la interpretación ofrecida por el psicoanalista, para que sea efectiva, debe de ser finalmente “encontrada-creada” por el paciente, algo que está directamente relacionado con los fenómenos transicionales descritos por Winnicott.
Frente a las manifestaciones de la transferencia negativa podemos observar un abanico de posibilidades que se despliegan entre dos posibles extremos. Por una parte nos encontraríamos con la hostilidad y distancia máxima del paranoico. Su sentimiento de perjuicio atribuido proyectivamente al otro, su visión apresurada y distorsionada del psiquismo del otro y su opacidad ante el propio psiquismo parecen incompatibles con las condiciones de acogida que ha de tener la interpretación del psicoanalista. La paranoia fue definida por Freud como el modelo extremo de la transferencia negativa y cuya génesis coincide con los trastornos graves de la relación objetal primaria en los que basó sus investigaciones sobre la posibilidad de interpretar la transferencia negativa o la inevitable ruptura del tratamiento cuando ésta se instaura.
En el extremo opuesto, que coincide con los casos de analizabilidad y de “condiciones idóneas” para el tratamiento, la buena acogida de la interpretación “cercana al Yo” supone una cierta proximidad entre dos procesos psíquicos determinados: capacidad para desarrollar transferencias y capacidad para mantener una expectativa ante su interpretación. La capacidad para desarrollar un proceso transferencial durante el tratamiento se acompaña de una investidura específica de la situación analítica que conlleva, en su seno, el deseo expreso de su propio esclarecimiento. Desarrollar una transferencia no debe querer decir, necesariamente, que se ignore completamente a la persona a quien va dirigida, dice M. Neyraut (1995) en su trabajo sobre “La transferencia”.
¿Qué es lo que hace posible, pues, que se pueda investir la situación analítica como una situación donde pueda quedar abierto un margen de no implicación confusional, un margen de connivencia lúdica o de convicción específica, que permita la interpretación de la transferencia (algo que sirve tanto para la transferencia positiva, erótica o negativa)?
Entre otras muchas cosas que aún desconocemos podríamos enumerar la sublimación, la identificación histérica con el deseo del psicoanalista de analizar, de curar, de investigar, así como el reconocimiento del psicoanálisis como ciencia instituida e instrumento terapéutico reconocido, sin dejar de lado los fundamentales fenómenos de idealización, vinculados directamente con las conflictivas narcisista y edípica del niño y de los padres; fenómenos reactivados por el tratamiento psicoanalítico.
Dice Christine Bouchard (2004) que la transferencia analizable (sea esta positiva u hostil) está directa y estrechamente relacionada con su compatibilidad con la investidura de la neutralidad del analista; y es precisamente en ausencia de dicha investidura cuando puede definirse la transferencia negativa como una especie de utilización inadecuada del tratamiento y de su particular protocolo, reconduciendo a causa de esta falta toda la experiencia a una situación de profundo malentendido acerca de lo que está en juego.
La transferencia negativa habría que diferenciarla también de lo que se entiende como destino inevitable de toda transferencia positiva y no digamos de toda transferencia erótica, cuando la disimetría del tratamiento, la obligación del tener que decir a costa del poder hacer, exacerban el despecho y la hostilidad.
Para mayor claridad sería conveniente diferenciar entre la transferencia analizable de sentimientos negativos y hostiles, del otro tipo de transferencia negativa, donde negativa está por inanalizable, en la que faltaría la investidura de neutralidad y la renuncia al “acting-out”. Tipo de investidura, como ya hemos adelantado que se encuentra arraigada en cómo se han producido las identificaciones primarias que fundamentan las relaciones sociales y que constituyen una especie de condición previa para el adecuado y efectivo análisis de la transferencia, sea del signo que sea.
Las nociones de “transferencia de base” de C. Parat, “estructura cuadrante” de A. Green, o la “transferencia para poder interpretar” de J.L. Donet están directamente relacionadas con dicha condición previa. Sobre esta base, una vez instaurada la disimetría del tratamiento, se desarrollarán las transferencias interpretables.
Si el analista-objeto de la transferencia y el analista-interprete se confundieran, al no haberse interiorizado correctamente el sentido de la experiencia analítica y la correspondiente suspensión temporal de la acción en beneficio de la reflexión, es decir, del pensar y comprender, las interpretaciones corren el riesgo de ser entendidas por el paciente exclusivamente como un deseo del analista, considerado en estas circunstancias como un otro descalificado, paranoico o erotómano. La transferencia no sería, pues, reconocida como tal y, de este modo, la particular transferencia negativa instaurada convertiría cualquier interpretación en una interpretación salvaje, vivida como una propuesta de actuación, colapsando, finalmente, el tratamiento. En estos casos nos podemos encontrar no ya con una transferencia negativa sobre el analista, sino más bien con una transferencia negativa sobre su función específica, que hace del tratamiento una experiencia ininteligible, tanto para el pequeño paciente como para sus padres.
Así pues, en esta situación negativa, con la interpretación que ofrecemos, se acaba consiguiendo lo contrario de una interpretación mutante, dado que se reactivan los fantasmas primarios perseguidores. El cambio operado no sería más que un refuerzo de la agresividad o su inhibición completa y el pequeño paciente no se encontraría junto a un psicoanalista neutral, sino más bien frente a un adulto perseguidor, que no sólo conocería sus deseos, sino que distorsionaría y desvelaría sus pensamientos más ocultos, gracias a esa especie de saber idealizado y a ese poder de adivinación paternos al que los niños en su fantasía no pueden escapar.
El Escorial, mayo 2007.
Francisco Muñoz Martin
APENDICE
ACERCA DE LA TRANSFERENCIA NEGATIVA.-
Elaborado por Fco. Muñoz como complemento al Capítulo “Interpretación y manejo de la transferencia negativa en el tratamiento psicoanalítico con niños”
INTRODUCCIÓN
En el epílogo del análisis de “Dora”, Freud desarrolla una teoría amplia y comprensiva de la transferencia, donde se hallan ya todas la ideas que cristalizarán en el trabajo de 1912. Durante el tratamiento psicoanalítico, dice Freud, la neurosis deja de producir nuevos síntomas; pero su poder, que no se ha extinguido, se aplica a la creación de una clase especial de estructuras mentales, casi siempre inconscientes, a las cuales debe darse el nombre de transferencias.
Estas transferencias son impulsos o fantasías que se hacen conscientes durante el desarrollo del tratamiento, con la peculiaridad de que los personajes pretéritos se encarnan ahora en el psicoanalista. Así se reviven una serie de experiencia psicológicas como pertenecientes no al pasado sino al presente y en relación con el psicoanalista. Algunas de esas transferencias son prácticamente idénticas a la experiencia antigua y a ellas, aplicándoles una metáfora tomada de la imprenta, Freud las llama reimpresiones; otras en cambio, tienen una construcción más ingeniosa en cuanto sufren la influencia modeladora de algún hecho real (por parte del analista o de su circunstancia) y son entonces más bien nuevas ediciones que reimpresiones, productos de la sublimación.
La experiencia muestra que la transferencia es un fenómeno inevitable del tratamiento psicoanalítico: nueva creación de la enfermedad debe ser combatida como las anteriores. Si la transferencia no puede ser evitada es porque el paciente la usa como un recurso a fin de que el material patógeno permanezca inaccesible; pero, agrega, es sólo después de que se la ha resuelto que el paciente llega a convencerse de la validez de las construcciones realizadas durante el análisis.
La transferencia aparece, pues, con sus dos vertientes principales: obstáculo y agente de curación, proponiéndose así como un gran dilema a la reflexión freudiana.
La transferencia es una peculiar relación de objeto de raíz infantil, de naturaleza inconsciente (proceso primario), y por tanto irracional, que confunde el pasado con el presente, lo que le da su carácter de respuesta inadecuada, desajustada, inapropiada. La transferencia, en cuanto fenómeno del sistema Icc, pertenece a la realidad psíquica, a la fantasía y no a la realidad fáctica.
La transferencia es lo irracional, lo inconsciente, lo infantil de la conducta, que coexiste con lo racional, consciente y adulto en serie complementaria. Como psicoanalistas no debemos caer en la tentación de pensar que todo es transferencia, ya que en realidad no es así. Sin embargo, deberíamos intentar descubrir la porción de transferencia que haya en todo acto mental. No todo es transferencia pero en todo hay transferencia, que no es lo mismo, decía Etchegoyen (1986).
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Algunas cuestiones específicas que plantea la manifestación de la transferencia .-
¿Por qué la transferencia aparece durante el tratamiento psicoanalítico y se fija en la persona del analista?
¿Por qué además suele manifestarse como resistencia al tratamiento?
¿Por qué esa transferencia se manifiesta con sentimientos ambivalentes, a veces, positivos y otras veces negativos, es decir, con componentes afectivos eróticos (amor de transferencia) unas veces y otras con componentes destructivos (hostilidad, ira, odio)?
¿Por qué estas manifestaciones transferenciales suelen crear importantes obstáculos al desarrollo del proceso psicoanalítico, dando al traste con el mismo en numerosas ocasiones, si no es posible desvelar sus contenidos y sus intenciones ocultas?.
¿Por qué hay analistas que consideran la transferencia sólo como resistencia (al recuerdo) y hay quienes creen que los recuerdos sirven únicamente para explicarla. En otras palabras, por qué hay analistas que utilizan la transferencia para recuperar el pasado y otros recurren al pasado para explicar la transferencia?
¿Por qué sólo las transferencias negativa y positiva de impulsos eróticos actúan como resistencias. siendo estos dos componentes lo que nosotros los analistas debemos eliminar del proceso haciéndolos conscientes; mientras que el tercer factor (la transferencia positiva sublimada) persiste siempre “y es en psicoanálisis, al igual que en los otros métodos de tratamiento, el portador del éxito”?.
¿La transferencia es un fenómeno repetitivo que tiene que ver esencialmente con la libido o particularmente con la pulsión de muerte? (Mas allá del principio del placer 1926).¿ Es algo estrictamente pulsional o desde el psicoanálisis puede tratarse como un particular fenómeno epistémico, es decir, de atribución de saber y conocimiento específicos, ideales y absolutos al psicoanalista.?
En el capítulo tercero de “Más allá del principio del placer” Freud afirma que la transferencia está motivada por la compulsión a la repetición y que el yo la reprime al servicio del placer. ¿La transferencia que aparece estaría solamente al servicio de la pulsión de muerte, esa fuerza elemental y ciega que busca un estado de inmovilización, una situación constante, que no crea nuevos vínculos ni nuevas relaciones, que lleva, en fin, a un estado de estancamiento; o pudiera tener en sí misma alguna cualidad positiva cuya comprensión e interpretación pudiera ser utilizada como motor del proceso psicoanalítico?.
¿Por qué se da esta paradoja, que suele pasar inadvertida, en los postulados freudianos de que la transferencia (que es por definición un vínculo), al final está al servicio del instinto de muerte (que por definición no crea vínculos sino que por el contrario los destruye?
¿Al final, la transferencia es lo resistido o la resistencia?. Es decir, la transferencia tiene que ver con los impulsos o con las defensas?
LA TRANSFERENCIA NEGATIVA EN FREUD.-
Las primeras concepciones freudianas.-
Para Freud, desde el principio de sus trabajos psicoanalíticos, resultaba evidente que los sentimientos y los deseos hostiles que nacían en la infancia podían ser reprimidos y encontrar una expresión más tardía bajo formas derivadas o transformadas.
Así pues, desde el principio de su obra, Freud era bien consciente de la coexistencia en el psiquismo de mociones agresivas y libidinales, es decir, tanto del odio como del amor, y del papel importante que juega la destructividad en la etiología de los trastornos psicopatológicos.
En respuesta a Alfred Adler, en el texto sobre el pequeño Hans, Freud no consideraba aún que la pulsión agresiva tuviera una entidad en sí misma, sino que la agresión era un atributo universal e indispensable de todos los instintos:
“En un inteligente trabajo del que tomamos antes el término de «trabazón de los instintos», ha expuesto Adler (1908) cómo la angustia nace de la represión del «instinto de agresión» y atribuye a este instinto, en una amplia síntesis, el papel principal en los destinos de la vida y de la neurosis. Nuestra conclusión de que en este caso de fobia la angustia se explicaba por la represión de las tendencias agresivas, hostiles contra el padre y sádicas con respecto a la madre, parece confirmar brillantemente la hipótesis de Adler. Y, sin embargo, lejos de aceptarla, la consideramos como una generalización errónea. No podemos decidirnos a aceptar la existencia de un instinto especial de agresión al lado del instinto de conservación y el instinto sexual, con los que ya estamos familiarizados. Me parece que Adler [Ver Nota posterior de Freud de 1923] ha encarnado injustificadamente en un instinto especial un carácter general e indispensable de todos ellos, carácter que podríamos describir como la facultad de dar impulso a la motilidad (cursivas mías). De los demás instintos quedaría tan sólo la relación con un fin, una vez despojados por el «instinto de agresión» de la relación con los medios para alcanzarlo. No obstante todas las inseguridades y oscuridades de nuestra teoría de los instintos, quisiéramos mantener nuestra teoría habitual que deja a cada instinto su capacidad propia para hacerse agresivo, y en los dos instintos que en nuestro Juanito sucumben a la represión reconoceríamos componentes de la libido sexual que ya nos son de antiguo conocidos.” (Freud 1909)
[ Nota: Adición en 1923: Escribimos esto en un tiempo en el que Adler parecía hallarse aún dentro del terreno del psicoanálisis; antes de su creación de la protesta masculina y su negación de la represión. Posteriormente he debido yo también estatuir un «instinto de agresión» que no coincide con el de Adler, y he preferido denominarlo «instinto de destrucción» o «instinto de muerte». («Más allá del principio del placer», «El Yo y el Ello», en estas Obras completas). Su oposición a los instintos libidinosos queda expresada en la conocida polaridad de amor y odio. También queda en pie mi contradicción de la teoría adleriana que acumula en un solo instinto un carácter común a todos ellos. ]
Tengamos en cuenta que Freud en 1923 añade esta nota haciendo referencia a sus afirmaciones de “Más allá del principio de placer” sobre la existencia de una pulsión “destructiva” o “pulsión de muerte”. A posteriori podemos decir que las reticencias de Freud a considerar la agresión como una pulsión durante los primeros años del siglo XX contenían ya en germen una de las fuentes de tensión teórica presentes en el seno del modelo psicoanalítico que condujeron a una posterior reformulación en 1920.
Fue en 1912, en su artículo sobre » La dinámica de la transferencia » cuando Freud introdujo en la literatura psicoanalítica el término de transferencia negativa
Distinguió allí la noción general de resistencia debida a la transferencia o que se manifiesta en la transferencia (resistencia de transferencia), en oposición a la transferencia negativa.
Freud jamás habló de investimiento agresivo en sus escritos teóricos; sin embargo, en sus escritos clínicos, describía claramente la transferencia de hostilidad, de cólera o de odio sobre la persona del analista a partir de imagos infantiles (imagos paternal y maternal sobre el analista.)
Después de haber distinguido entre transferencia negativa y positiva, y haber diferenciado en el seno de esta última entre “amistosa » y » erótica «, Freud escribe que » la transferencia sobre la persona del analista desempeña el papel de una resistencia sólo en la medida en que es una transferencia negativa o bien una transferencia positiva compuesta de elementos eróticos inhibidos.
Freud establece una distinción conceptual entre la resistencia en el trabajo analítico y la transferencia negativa, es decir, el desplazamiento en el presente, sobre el analista, de la hostilidad experimentada por el paciente con respecto a una figura importante de su pasado.
Esta distinción contiene sustanciales implicaciones tanto para el trabajo clínico en psicoanálisis como para nuestra teoría de la técnica.
Freud prosigue afirmando que en las formas curables de psiconeurosis, la transferencia negativa coexiste con la transferencia tierna; aplica sobre esta situación el término de ambivalencia utilizada por Bleuler. Para él, tanto la transferencia erótica como la transferencia negativa son a la vez las fuentes de la resistencia y su expresión.
Habrá que esperar a su trabajo «Introducción al Psicoanálisis «, cinco años más tarde (1916-17), para que Freud vuelva sobre la transferencia negativa. En la conferencia número 27, Freud habla de la » transferencia hostil o negativa» que según él se manifiesta más frecuentemente entre los hombres que entre las mujeres. Los sentimientos hostiles aparecen en general más tarde en la transferencia que los sentimientos tiernos y son una manifestación de la ambivalencia. Pero tanto los sentimientos hostiles, como los sentimientos tiernos, son el signo de un sentimiento afectivo, igual que el desafío y la obediencia expresan dependencia, aunque con signos contrarios «.
Freud explica luego que si la transferencia lleva el signo «más», el paciente trabaja de común acuerdo con analista contra sus resistencias. Pero si la transferencia es negativa, el paciente no presta la menor atención a las declaraciones del médico. Así, para que el trabajo progrese, el analista depende de la fuerza del aspecto positivo de la transferencia ambivalente del paciente [probablemente, esto es una referencia a la fuerza de los componentes «amistosos» de la transferencia positiva cuando la transferencia negativa no domina].
No encontramos otra mención explícita de la transferencia negativa antes de » Análisis terminable e interminable » en 1937.
En el mismo texto, Freud habla de las resistencias al proceso analítico debidas las defensas del paciente y subraya que el analista se encuentra con » un tipo de resistencia al descubrimiento de las resistencias «.
El pasaje que sigue es importante: Ver nota pie de página.
Es particularmente significativo que Freud considere que la transferencia negativa se desarrolla como consecuencia del fortalecimiento de la ladera hostil de la ambivalencia del paciente en la transferencia. En otros términos, si el odio y el amor coexisten con respecto al objeto original, y si estos sentimientos entonces son trasladados desde el objeto hacia el analista, una transferencia negativa puede ser movilizada por el fortalecimiento de una tendencia negativa ya existente.
Freud reafirma este punto de vista en » El Compendio de Psicoanálisis » (1940) donde en el capítulo sobre la técnica psicoanalítica, subraya: » ya que la transferencia reproduce la relación del paciente con sus padres, vehiculiza también la ambivalencia de esta relación. » Toda hostilidad con respecto al analista o con respecto al proceso analítico debido a las resistencias está considerada, pues, como la movilización o el fortalecimiento de la transferencia negativa subyacente, reflejo de la ambivalencia con respecto a un objeto del pasado”.
Repitamos, otra vez, que para Freud, no se sabría asimilar la transferencia negativa a la resistencia. Puede ser la fuente, pero también la consecuencia.
2ª EPOCA:
CAMBIO EN LA CONCEPCIÓN FREUDIANA ACERCA DE LA TEORIA DE LAS PULSIONES.-
En general debemos de reconocer el peso que la guerra de 1914-18 tuvo en la importancia creciente que Freud dio a la agresividad y la destructividad en la vida psíquica humana.
» Duelo y Melancolía » (1917) y » Más allá del Principio de Placer » (1920) lo demuestran palpablemente. En este último texto, Freud introduce la teoría de la pulsión de muerte y finalmente coloca la libido y el odio destructivo (¿la agresividad?) sobre un plano de igualdad como pulsiones fundamentales. (En 1923, en » El Yo y el Ello «, Freud las integra en su nuevo modelo como componentes pulsionales del Ello.)
Es indudable que la importancia acrecentada que dará a la agresividad a partir de 1920 influenciará a muchos renombrados psicoanalistas y reforzará, de modo general. la sensibilidad hacia sus manifestaciones: la hostilidad inconsciente en la transferencia y la necesidad de ser interpretada).
EL PLANTEAMIENTO DE FERENCZI: LA CONFUSIÓN DE LENGUAS Y LA TRANSFERENCIA NEGATIVA.-
Ferenczi fue el primero en mencionar el concepto de contratransferencia y pionero, junto a W. Reich, en plantear el tema de la transferencia negativa latente. Freud no sólo fue su psicoanalista, sino también su maestro y de algún modo, funcionalmente, su padre; y como tal recibía de Ferenczi todo tipo de demandas. Se trataba de una intensa demanda transferencial que lo llevó en 1932 a escribir un artículo que tituló “La insensibilidad del analista” refiriéndose a su analista, es decir, a Freud concretamente. Ferenczi en 1930 le escribe a Freud: “Al comienzo fue Ud. mi venerado maestro, luego se convirtió en mi analista, pero no consintió en llevar mi análisis hasta el final; me pesó que Ud. no llegara a ver en mi los sentimientos negativos y no los condujera a la abreación. Esto me llevó a no contar ya con su aprobación y a no sobreestimar la importancia que yo tenía para usted.”
Freud le contesta “Me siento decepcionado, no me parece que sus investigaciones lleven a un puerto deseable. Sin embargo, como a un hijo espero su regreso, creo que se trata de su tercera pubertad”
Sin embargo, Ferenczi continuó con la dirección que le imprimía su trabajo y en 1932 escribió el artículo “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño” que causó tanto malestar en Freud que le solicitó a Ferenczi que se abstuviera de presentar dicho artículo en el Congreso de Wiesbaden. Ferenczi, no obstante, lo presentó, y Freud le escribió:”Ya no creo que Ud. se vaya a corregir, desde hace dos años se aparta de mi planificadamente, se muestra inaccesible a mis reparos”
Ese mismo día Ferenczi anotó en su diario : “Renovarse o morir”. Murió después de siete meses aquejado de una enfermedad hepática y medular.
Más tarde, en 1927, Freud en su trabajo “Análisis terminable e interminable” hará alusión al caso de Ferenczi, al tratar de la transferencia negativa.
Ferenczi en su trabajo titulado “La confusión de lenguas entre los adultos y el niño” de 1932 (Congreso de Wiesbaden) trató el tema del origen externo de la formación del carácter y de la neurosis. Es decir, la importancia de las influencias externas en el origen de las diferentes psicopatologías. Trató de recuperar el factor traumático y su influencia en la patogénesis de las neurosis.
Concretamente decía: “”El hecho de no profundizar lo suficiente en su origen externo… [de la patogénesis]..supone un peligro, el de recurrir a explicaciones apresuradas relativas a la predisposición y a la constitución”.
Se refería en este trabajo a casos clínicos que le crearon grandes dificultades y que se caracterizaban por ser muy sumisos, por sus acusaciones al psicoanalista de ser frío, distante y hasta cruel, y por manifestar solo en contadas ocasiones explosiones de cólera y furor, en contraste con su aparente docilidad a la hora de aceptar todas las interpretaciones.
Poco a poco, Ferenczi sospechó que estos pacientes dóciles experimentaban en secreto impulsos de odio y de cólera con relación a él como psicoanalista, siendo además tremendamente reticentes a abandonarse a experimentar tales sentimientos, rehusando por lo general enérgicamente la propuesta del analista.
Decía Ferenczi en su artículo:”Llegué poco a poco a la convicción de que los pacientes percibían con mucha finura las tendencias, las simpatías y antipatías, y el humor del analista, incluso cuando éste era inconsciente de ella. En lugar de contradecirle y acusarle de flaquezas o de cometer errores, los pacientes “se identificaban con él”. Sólo en momentos excepcionales de excitación histérica, es decir, en un estado casi inconsciente, podían reunir los pacientes suficiente coraje para protestar”.
Es decir, en vez de manifestar hostilidad contra el potencial agresor, lo que mostraban era una suerte de identificación con el agresor.
Detectar esta situación y poder afrontarla, según Ferenczi, estaba directamente relacionado con la calidad y cantidad del análisis del analista (su análisis didáctico) y del manejo que el analista hacía de su contratransferencia y de los sentimientos hostiles larvados o latentes escondidos en la contratransferencia.
Ferenczi criticaba lo que él llamó ”la hipocresía profesional” utilizada por el analista que escondía una actitud artificiosamente cortés y defendía la renuncia a dicha hipocresía frente al paciente que en lugar de herirlo le acababa aportando un considerable consuelo. Se trataba de eliminar la falta de sinceridad existente entre el analista y el paciente, llegando incluso a poder admitir frente a este último el haber podido cometer algún error. Realizar esto conducía a ganar la confianza del paciente.
“La capacidad para admitir nuestros errores y para renunciar a ellos, así como la autorización de las críticas, nos hace ganar la confianza del paciente. Esa confianza es algo que establece el contraste entre el presente y un pasado insoportable y traumático”· Terminaba diciendo Ferenczi.
Tras la identificación sumisa con el agresor y el odio y el rencor latentes observados en sus pacientes, Ferenczi descubrió historias de traumatismos sexuales y seducciones incestuosas llevadas a cabo durante la niñez del paciente por personas adultas cercanas: “Es difícil adivinar el comportamiento y los sentimientos de los niños tras esos sucesos. Su primera reacción será de rechazo, de odio, de desagrado, y opondrán una violenta resistencia;”¡No ,no quiero, me haces mal, déjame!”. Ésta, o alguna similar, sería la reacción inmediata si no estuviera inhibida por un temor intenso. Los niños se sienten física y moralmente indefensos, su personalidad es aún débil para protestar, incluso mentalmente, la fuerza y la autoridad aplastante de los adultos los dejan mudos, e incluso pueden hacerles perder la conciencia. Pero cuando este temor alcanza su punto culminante, les obliga a someterse automáticamente a la voluntad del agresor, a adivinar su menor deseo, a obedecer olvidándose totalmente de sí y ha identificarse por completo con el agresor”.
Pero, lo más importante de todo es que “el cambio significativo provocado en el espíritu infantil por la identificación ansiosa con su pareja adulta, es la introyección del sentimiento de culpabilidad del adulto: el juego hasta entonces anodino, aparece ahora como un acto que merece castigo”.
Lo que importa, decía Ferenczi, desde el punto de vista científico era la hipótesis que se derivaba de esta observación y es que “la personalidad aún débilmente desarrollada reacciona al desagrado brusco no mediante el rechazo, sino con una identificación ansiosa y con la introyección de lo que la amenaza o la agrede”.
Para terminar, Ferenczi, hacía una importante recomendación: “Los padres y los adultos, tanto como los psicoanalistas, deberían aprender a reconocer tras el amor de transferencia, la sumisión y la adulación de nuestros hijos, pacientes o alumnos, un deseo nostálgico de liberarse de este amor opresivo”. Si se ayuda al niño, al paciente o al alumno a abandonar esta identificación sumisa con el agresor, y a defenderse de esta transferencia intensa, pudiendo expresar el odio latente, puede decirse que se ha conseguido elevar el desarrollo de su personalidad a un nivel superior.
EL PLANTEAMIENTO DE W. REICH.- LA TRANSFERENCIA NEGATIVA LATENTE:
En junio de 1926 Reich presentó el primero de una serie de trabajos fundamentales en el Seminario de Viena. Su título era “Sobre la técnica de la interpretación y el análisis de la resistencia”, que apareció al año siguiente en el Internationale Zeitschrift für Psychoanályse. Es el capítulo tercero de su obra “El análisis del carácter”. La transferencia negativa latente es la clave de este trabajo de Reich que, según este autor, se presenta con frecuencia y con la misma frecuencia se la pasa por alto. La transferencia negativa, según Reich, sea latente o manifiesta, no solía ser tenida en cuenta por los analistas del momento.
Literalmente decía Reich: “La muy discutida cuestión de qué es más importante, si el re-vivir afectivo (acting-out) o el recordar, carece de significado para nosotros. La experiencia clínica confirma las demandas de Freud en el sentido de que el paciente que tiende a repetir sus experiencias por acting out debe, a fin de resolver realmente sus conflictos, no solo comprender lo que está sometido al acting out, sino también recordar con afecto[…]
Ahora bien, ¿qué se da en tantos casos, en lugar del recordar cargado de afecto?
Hay casos que fracasan porque el analista, como resultado de las numerosas transferencia heterogéneas, se pierde en la abundancia del material aportado por el paciente. Denominamos a esto “situación “caótica” y hallamos que es provocado por ciertos errores de la técnica de la interpretación. Luego, hay numerosos casos en los cuales se pasa por alto la transferencia negativa por estar oculta detrás de actividades positivas manifiestas.. Hay numerosos casos que no muestran progreso alguno pese a un trabajo de rememoración de profundos alcances, pues no se prestó atención a su invalidez afectiva o porque no se hizo de ella el punto focal del análisis. Por oposición a estos casos que parecen seguir un curso normal, pero finalizan en una situación caótica, tenemos aquellos otros que “no marchan”, es decir, no producen asociaciones y oponen a nuestros esfuerzos resistencias pasivas.
[…] Un paciente había llegado a recordar, al cabo de tres años de análisis, la escena primaria con todos sus pormenores. Pero ni una sola vez menguó su invalidez afectiva, ni una sola vez lanzó contra el analista los reproches que guardaba –sin afecto, cierto es_ en su mente contra su padre. No estaba curado. ¡Ah, se regodearán muchos, por fin admite que el recobro de la escena primaria no hace ningún bien terapéuticamente¡ Están equivocados. <sin análisis de las tempranas experiencias infantiles, no existe verdadera cura. Lo que importa es que estos recuerdos aparezcan con los afectos correspondientes.
[…] Un caso de histeria clásica con estados crepusculares podía haber hecho un excelente restablecimiento, a juzgar por experiencias posteriores con casos similares. Pero no llegué a comprender y a tratar a tiempo las reacciones de la paciente ante el análisis de la transferencia positiva, vale decir, su odio reactivo. Me dejé seducir y arrastrar a un caos por sus recuerdos y no pude luego encontrar una salida. La paciente continuó sufriendo estados crepusculares.
Una serie de malas experiencias debidas al manejo equivocado de la transferencia en el momento de la reacción de decepción, me enseño a valorar adecuadamente el peligro del análisis de la transferencia negativa, ya sea la transferencia negativa original, ya aquella otra originada en la decepción del amor transferencial. Hasta tanto un paciente que, en una buena transferencia positiva, había aportado abundantes recuerdos sin lograr pede a ello mejorar, me dijo muchos medes después de interrumpir el análisis que nunca había confiado en mi, hasta entonces no aprecié realmente el peligro de una transferencia negativa a la cual se deja permanecer en estado latente. Esto me hizo buscar, con éxito, los medios de hacer que la transferencia negativa saliera siempre de sus escondites.
En el Seminario Técnico nos ocupaba también sobremanera el problema de la transferencia negativa, en particular la latente. En otras palabras, no se trataba de un punto ciego individual; pasar por alto la transferencia negativa parecía algo totalmente general. Sin duda, esto se debe a nuestro narcisismo que nos predispone a escuchar lo que nos halaga, pero nos ciega a las actitudes negativas a menos que estén expresadas en forma mas o menos grosera. Es asombroso que en la literatura psicoanalítica, “transferencia” se refiere siempre a actitudes positivas; fuera del artículo sobre “Passive Tecnik” de Landauer, el problema de la transferencia negativa ha sido esencialmente descuidado. Pasar por alto la transferencia negativa es sólo uno de los numerosos errores que confunden el curso del análisis”.
Reich en este artículo, investigando las causas de las llamadas situaciones caóticas del tratamiento psicoanalítico descubre que deberían achacarse a los siguientes errores de interpretación:
1) Interpretaciones demasiado tempranas del significado de los síntomas o de otras manifestaciones de las capas más profundas del inconsciente, en particular de los símbolos. El paciente pone el análisis al servicio de las resistencias que permanecen ocultas y uno descubre demasiado tarde que, completamente intacto por el análisis, el paciente se ha limitado a describir círculos.
2) Interpretación del material en el orden en el cual se presenta, sin considerar la estructura de la neurosis y la estratificación del material. El error consiste en interpretar por la exclusiva razón de que el material se presenta con claridad (interpretación asistemática del significado).
3) El análisis se torna confuso no sólo por la interpretación del material a medida que éste se presenta, sin también porque las interpretaciones se plantean antes de trabajar sobre las resistencias principales. Vale decir, la interpretación del significado precede a la interpretación de la resistencia. La situación se complica más aún debido a que pronto las resistencias se concatenan con la relación con el terapeuta y así la interpretación asistemática de las resistencias también complica la situación transferencias.
4) La interpretación de las resistencias transferenciales no sólo es asistemática, sino también inconsecuente, o sea, que se pasa por alto el hecho de que el paciente tiende a volver a esconder sus resistencias, a enmascararlas mediante producciones estériles o agudas formaciones reactivas. Las resistencias transferenciales latentes se pasan en su mayor parte por alto o bien el analista teme permitirles su pleno desarrollo, o traerlas a luz cuando están escondidas en una u otra forma.
Estos errores se basan probablemente en una concepción errónea de la regla de Freud según la cual el curso del análisis debe ser determinado por el paciente. Esta regla sólo puede querer decir que no debemos perturbar el trabajo del paciente mientras prosigue de acuerdo a su deseo de mejorar y con nuestras intenciones terapéuticas. Pero, por supuesto, debemos actuar tan pronto como el temor del paciente a afrontar su conflicto y su tendencia a seguir enfermo, perturba este curso”.
¿Qué es una resistencia latente?.-
Actitudes del paciente que no se expresan en forma directa o inmediata como en el caso de duda, desconfianza, llegar tarde, silencio, desprecio, falta de asociaciones, etc., sino en forma indirecta en cuanto a la modalidad de la producción analítica. Así por ejemplo, la extrema complacencia o completa falta de resistencias manifiestas, señalan siempre una resistencia pasiva latente y, por ende, tanto más peligrosa. Reich encaraba estas resistencias latentes en cuanto las percibía y no vacilaba en interrumpir las comunicaciones del paciente tan pronto como oía lo suficiente para comprender la resistencia. La experiencia demuestra que el efecto terapéutico de las comunicaciones del paciente se pierde si las hace en presencia de resistencias sin resolver. […]
En el Congreso de Innsbruck, Ferenczi y Reich, cada uno por separado acentuaron la significación de los elementos formales para la terapia; para Reich llegaron a ser, en el decurso de los años, el más importante punto de partida para el análisis del carácter. La sobreestimación del contenido del material corre por lo general paralela a una subestimación, si no a un completo descuido, de la forma en que el paciente enuncia ese contenido.[…]
Si un paciente es, por ejemplo, muy cortés y al mismo tiempo aporta amplio material –pongamos por caso, sobre sus relaciones con la hermana- uno se ve frente a dos contenidos simultáneos de la “superficie psíquica”: su amor a la hermana y su comportamiento, su cortesía. Ambos tienen raíces inconscientes. Esta concepción de la superficie psíquica confiere un aspecto distinto a la regla de que “siempre se debe partir de la superficie”. La experiencia analítica muestra que tras esta cortesía y amabilidad se esconde siempre una actitud crítica, de desconfianza o de menosprecio, más o menos inconscientes; es decir, la cortesía estereotipada del paciente es en sí misma un inicio de crítica negativa, de desconfianza o menosprecio.
[…] “En desacuerdo con muchos de mis colegas, debo mantener mi afirmación de que todos y cada uno de los casos, sin excepción, comienzan el análisis con una actitud más o menos explícita de desconfianza y critica que, por regla general, permanece escondida. A fin de convencerse de esto, es necesario hacer que el paciente discuta, antes de nada, todos los factores inherente a la situación que hacen a la desconfianza y a la crítica (nuevo tipo de situación, persona desconocida, opinión pública acerca del psicoanálisis, persona desconocida, opinión pública acerca del psicoanálisis, etc.); sólo a través de esta sinceridad por parte del analista puede conquistarse la confianza del paciente” –decía Reich.
La resistencia es un proceso emocional y por esta causa no puede permanecer oculta. Como todo lo dotado de base irracional, este afecto también busca una causa racional, un anclaje en una situación real. Así pues, el paciente proyecta; proyecta sobre quien, mediante su insistencia en la regla fundamental, ha agitado y activado todo el conflicto. El desplazamiento de la defensa desde lo inconsciente hacia el terapeuta trae consigo, también, un desplazamiento del contenido inconsciente; también el contenido se desplaza hacia el analista.. Este se convierte, por ejemplo, en el padre estricto o en la madre cariñosa. Resulta claro que esta defensa puede en un principio dar como resultado sólo una actitud negativa. Como perturbador del equilibrio neurótico, el analista se convierte automáticamente en enemigo, sin importar que los impulso proyectados sean de amor o de odio, pues en ambos casos existe, al mismo tiempo, una defensa contra esos impulsos.
Si se proyectan primero impulsos de odio, la resistencia transferencial es inequívocamente negativa. Si son impulsos de amor, la resistencia transferencial real va precedida de una transferencia positiva manifiesta, mas no consciente. Esta, sin embargo, se convierte siempre en transferencia negativa reactiva, en parte debido a lo inevitable de la decepción –que resulta en la “reacción de decepción”_, en parte porque el paciente se defiende contra ella tan pronto como, bajo la presión de la pulsión sexual, tiende a hacerse consciente; y toda defensa da como resultado actitudes negativas.
El problema técnico de la transferencia negativa latente es tan importante que requiere una exposición separada de sus numerosas formas y de su tratamiento. Sólo enumeraré aquí unos pocos cuadros típicos de enfermedad enunciados por Reich, en los cuales es muy probable encontrar una transferencia negativa latente:
- Los pacientes excesivamente obedientes, excesivamente afables, demasiado confiados, esto es, los “buenos pacientes”; los casos que muestran siempre una transferencia positiva y nunca una reacción de decepción. Por lo común, se trata de caracteres pasivo-femeninos, o de histerias femeninas con tendencias ninfomaniacas.
- Quienes se muestran siempre convencionales y correctos. Por lo común, se trata de caracteres compulsivos que han convertido su odio en “cortesía a toda costa”.
- Los pacientes “inválidos de afecto”. Como los pacientes correctos, se caracterizan por una agresividad intensa, más bloqueada. Por lo común, se trata de caracteres compulsivos, pero las histéricas femeninas también muestran a menudo en la superficie una invalidez de afecto.
- Pacientes que se quejan de falta de autenticidad en sus sentimientos y expresiones; esto es, sufren de despersonalización.. Entre estos han de contarse los pacientes que –consciente y a la vez compulsivamente- actúan un determinado papel; esto es, en el fondo de sus mentes saben de alguna amanera que engañan al terapeuta. Por lo común, pertenecen al grupo de neurosis narcisistas del tipo hipocondríaco. Muestran regularmente una “sonrisa interior” acerca de todo y todas las personas, algo que ellos mismos comienzan a sentir como una cosa dolorosa y que presenta una tarea terapéutica llena de dificultades.
PLANTEAMIENTOS POSTFREUDIANOS.- LA ESCUELA KLEINIANA:
Melanie Klein estuvo entre las psicoanalistas más sensibles al papel que ocupaba en la etiología de los trastornos mentales la agresividad y la pulsión de muerte, y particularmente a sus manifestaciones transferenciales durante el tratamiento psicoanalítico. En 1952, en un artículo sobre » Los Orígenes de la Transferencia” sostiene que la transferencia tiene sus orígenes en los mismos procesos que, en los estadios más precoces del desarrollo, determinan las relaciones objetales. En consecuencia, en el análisis, nos encontraremos continuamente con las fluctuaciones entre los objetos amados y odiados, internos y externos, que dominan la primera infancia. Por ello no podremos apreciar plenamente las conexiones existentes entre las transferencias positivas y negativas si no exploramos tanto la interacción precoz entre el amor y el odio, el círculo vicioso de la agresión, las angustias, los sentimientos de culpabilidad y del crecimiento de la agresión, como los aspectos variados de los objetos sobre los cuales estos conflictos de emociones y de angustias son dirigidos.
Por otra parte, mediante la exploración de estos procesos precoces, M. Klein se convenció que el análisis de la transferencia negativa había recibido hasta el momento relativamente poca atención en la técnica psicoanalítica y -añadía M. Klein- que esto era ampliamente debido a la subestimación de la importancia de la agresión siendo, pues, una condición previa del análisis de los niveles más profundos del espíritu.
El análisis de la transferencia positiva, tanto como de la transferencia negativa y de sus conexiones es, como lo sostuvo durante muchos años, un principio indispensable del tratamiento de todos los tipos de pacientes, tanto niños como adultos. Justificó este punto de vista en la inmensa mayoría de sus escritos desde el 1927.
La teoría kleiniena concede un lugar destacado a la interacción entre pulsión de vida y pulsión de muerte, a la vez en el desarrollo precoz y en la vida psíquica corriente y, particularmente, en la situación particular de la transferencia. Bajo este aspecto, tenemos que tener en cuenta la importancia del concepto de identificación proyectiva expuesto por Melanie Klein en 1946 y más tarde aplicado por sus alumnos en la comprensión de la contratransferencia, así como a la comprensión de la interacción entre transferencia y contratransferencia.
En este contexto, su concepción de la transferencia negativa sigue a la de Freud en la medida en que ésta refleja la transferencia de sentimientos hostiles dirigidos contra un aspecto del objeto interno (o contra un aspecto del sí-mismo). Como Freud, M.. Klein concibe estos sentimientos transferenciales hostiles como movimientos agresivos o destructores acentuados de manera reactiva o desplazados de un objeto hacia otro.
Así como la teoría kleiniena ve en los procesos transferenciales una repetición de los procesos intrapsíquicos infantiles, es lógico, desde esta óptica, que el concepto de resistencia tienda a fundirse en el de transferencia negativa. Es un tema sobre el cual puede ser interesante volver.
ALGUNOS PROBLEMAS RELACIONADOS CON LA ESCISIÓN DE LA TRANSFERENCIA NEGATIVA DESDE UNA PERSPECTIVA KLEINIANA.- (Extracto de un artículo de Pere Folch y Terttu Eskelinen. 1987. Conferencia Federación Europea de Psicoanálisis)
Hablar de la TN, en particular, supone escindir un proceso que en sí mismo es mucho más complejo, tal y como lo podemos constatar en la experiencia clínica.
Desde una perspectiva kleiniana hablar de la TP (transferencia positiva) y de TN (transferencia negativa), o de amor y odio, se debe al hecho inevitable de la coexistencia de dos pulsiones básicas con las que tenemos que vernos las caras durante el tratamiento.
La coexistencia puede tener lugar desde una situación extrema de escisión pronunciada o desde la situación de confusión o confluencia caóticas; o también desde una situación de suficiente aproximación que permita una integración recíproca.
Las descripciones clínicas de la TP y de la TN deben de ser comprendidas siempre desde la presencia dominante de una o de la otra, como expresión manifiesta o bien formando parte de la economía inconsciente de los afectos y de las pulsiones básicas.
El aspecto más negativo susceptible de transferencia sería, en la situación analítica, la coexistencia arcaica del amor o del odio bajo la modalidad extrema de la escisión y de la confusión del Self y del objeto, algo que se encuentra en el origen de la perturbación de las relaciones objetales y, en consecuencia, de las manifestaciones transferenciales.
Cuando el paciente comprende que el analista se encuentra en condiciones de gestionar (acoger, contener, comprender y elaborar) la transferencia, tanto positiva como negativa, entonces, paradójicamente, en algunos casos puede ser que se reactive la envidia hacia el analista, -piensan Pere Folch y Terttu Eskelinen-, corriéndose el riesgo de caer en nuevas escisiones, particularmente apasionadas y acompañadas por actuaciones de diversa índole.
No existe una “vía regia” para trabajar, elaborar e integrar directa y adecuadamente los sentimientos y las emociones negativas escindidas. Se trata de un proceso fluctuante y con frecuencia recurrente.
Situaciones analíticas donde puede observarse el fenómeno de escisión al presentarse la transferencia negativa, (siempre desde una perspectiva kleiniana).- Extracto de un artículo de Pere Folch y Terttu Eskelinen. 1987. Conferencia Federación Europea de Psicoanálisis)
- Escisión, acting-out y comunicación de los impulsos y de los sentimientos negativos.-
La coexistencia de sentimientos de amor y de odio en la mente consciente de los seres humanos suele ser difícil de mantener y con frecuencia, incluso insoportable. Los pacientes que experimenten y deban afrontar no sólo terrores de aniquilación, temores a perder la integridad del yo o angustias de confusión, sino también experiencias de aflicción, de ambivalencia y sufrimiento depresivo, terminarán organizando su relación con el analista de tal manera que todos sus temores puedan ser evitados, manifestando la transferencia negativa mediante formas de expresión escindidas.
El paciente cuando no es capaz de comunicar, mediante la expresión verbal o paraverbal egosintónica, ciertos impulsos y sentimientos desagradables para su yo, los escinde y los proyecta, no reconociéndolos como suyos.
En vez de hablar de ellos los actuará, tanto dentro como fuera de la sesión, tomando actitudes autodestructivas con relación a su Self físico o psíquico. Durante la sesión el paciente puede actuar (acting-in) provocando sentimientos negativos en el analista mediante la identificación proyectiva. El analista puede ser incitado por los diferentes aspectos de personalidad de su paciente. Si el analista es sensible, receptivo y experimentado, será capaz de captar y sentir los impulsos y las emociones escindidas del paciente. Tratándose, sobre todo, de sentimientos displacenteros, el analista deberá estar en condiciones de contener, metabolizar y formular mediante una interpretación estas mociones pulsionales y sus fantasías concomitantes, de tal manera que el paciente pueda aprender a ser capaz de tolerarlos.
Por lo tanto, desde que el analista detecta y comprende, mediante la contratransferencia, sus propias reacciones, dispone de un instrumento útil y esencial, como es la interpretación, que le permitirá conocer cuáles son los aspectos escindidos de la personalidad de su paciente que la sutil identificación proyectiva ha colocado en él. Es importante tener en cuenta esto, durante el tratamiento con niños, cuando se trata de los impulsos y sentimientos negativos mal tolerados por la familia.
2.- Puesta en acto y complicidad (colusión):
Si las actuaciones del paciente –en la sesión o fuera de ella- no se someten a la comprensión y a la verbalización del analista, la interacción analista-analizando no cursa con “insight”, sino con “colusión”, con complicidad, que resulta ser una especie de acuerdo sobreentendido, dirigido a escapar del “insight” y de la ansiedad concomitante.
Por ejemplo, el analista que se encuentra en colusión (complicidad) con su paciente resulta ser incapaz, por ejemplo, de identificar y poner en relación la hostilidad extra-transferencial, descrita por el paciente, con sus modalidades sutiles de expresión y puesta en acto en el hic et nunc de la sesión. El analista será también incapaz de poner en relación la ansiedad del paciente, que rechaza incluso los sentimientos cálidos o reniega de ellos, utilizando una hostilidad compulsiva o un rechazo generalizado acompañados de malestar y culpabilidad.
Con el tiempo esta complicidad conduce al estancamiento del proceso analítico: círculos viciosos presididos por actitudes sadomasoquistas, por intelectualizaciones defensivas, etc.
3.- La interpretación y sus vicisitudes:
Aún cayendo en una simplificación un poco grosera podemos afirmar que tanto desde la complicidad como desde el auténtico “insight” pueden generarse interpretaciones, con muy diverso resultado, naturalmente.
- Cuando la interpretación deriva de la complicidad (colusión), las escisiones suelen permanecer tanto en el paciente como en el analista, de suerte que las diferentes interpretaciones de éste último no conducen directamente sobre la experiencia del aquí y ahora, tal y como está siendo vivida por el paciente, sino más bien sobre los fantasmas o sobre las actitudes agresivas del paciente fuera de la sesión. La hostilidad presentada por el paciente en la sesión tiende a ser rápidamente puesta en relación con sus conflictos con los objetos originarios, dejando de lado los acontecimientos inmediatos reactivados en la sesión que movilizan su hostilidad y el sistema defensivo correspondiente. Es decir, que la interpretación no deriva de la comprensión de la interacción vivida con el paciente, ni de la comprensión del vínculo entre su discurso y la dramatización en la sesión, su puesta en escena, que es el contrapunto simultáneo. Este tipo de inteerpretaciones no captan el punto de investimiento verificable en el momento, es decir, no ponen en relación fantasmas y actuaciones concretas, manteniendo la escisión y forjando estados de confusión, al tiempo que acaban diluidas en analogías intelectualizantes. Estas interpretaciones perpetúan en el mejor de los casos el círculo vicioso de la colusión (complicidad). Se trata, resumiendo, de un genero de interpretación que apacigua al paciente pero que deja integra la relación de objeto patológica que sigue siendo representada y no dejará de repetirse.
Por el contrario, cuando la interpretación de la transferencia negativa deriva del auténtico “insight”, entonces es apropiada e impactante. Puede informar acerca del aquí y ahora de la sesión y de la relación entre el analista y los objetos internos y externos del paciente. Poco a poco el paciente alcanza la convicción de que existe alguien que es capaz de tolerarle a él y a sus sentimientos de hostilidad. Siendo esta experiencia, en definitiva, la que hará posible la introyección de un objeto más sólido con sus funciones de contención, reflexión y comprensión, sin necesidad de huir de la realidad, integrándolas como funciones de su propio Yo. De este modo el paciente podrá adquirir una experiencia cada vez más realista en los diferentes dominios de sus impulsos y sus sentimientos, que serán cada vez más fácilmente expresados. Este proceso no es generalmente lineal sino, más bien, intrincado y complejo como las relaciones de objeto del paciente. A veces, es esta interpretación apropiada, según Pere Folch y Terttu Eskelinen, la que revuelve y conmociona a algunos pacientes, les despierta la ansiedad y los sentimientos de envidia, reactivando la tendencia a reorganizar sus defensas de la forma habitual a causa del temor despertado por la necesidad de integración (la del sufrimiento depresivo que ello conlleva), y también a causa del temor al sentimiento de envidia despertado por la bondad misma de la interpretación; algo que de no trabajarse adecuadamente podría desembocar, finalmente, en una reacción terapéutica negativa.
Otro círculo vicioso podría establecerse cuando el “insight” del analista conduce a una reacción envidiosa y a la recuperación de los “acting out” tendientes a implicar al analista.
Con todo, sin embargo, a cada revolución o vuelta de tuerca del circulo vicioso, el “insight”, puesto al servicio de la interpretación, se transforma parcialmente en una comunicación al servicio de la integración que puede finalmente desembocar en la toma de conciencia de la manifestación escindida debida a la transferencia negativa.
En definitiva, la integración de los sentimientos negativos transferenciales, la transferencia negativa, no deja de ser una experiencia dolorosa y penosa. Es por ello que con frecuencia se mantiene escindida por medio de “acting out” persistentes.
Resumiendo: La experiencia de integración permite al paciente de superar, de forma más o menos completa, el sistema defensivo que sostiene la fragmentación de la relación analítica. Esto presupone al mismo tiempo la instauración de una situación crítica debido al colapso o al ablandamiento de la organización defensiva y a la exarcebación de las reacciones envidiosas. Esta experiencia supone una cierta tolerancia frente a la posibilidad de “insight” por parte de la pareja analítica.
Resulta claro que todos estos episodios críticos proponen una serie de problemas técnicos:
- el del “timing” de la interpretación integradora
- el de la aclaración sistemática de la irrupción en la transferencia de las escisiones defensivas del Self y de los objetos sobre las que se funda la organización defensiva
- y, por fin, la toma de conciencia de la interacción entre el analista y el paciente, así como también de sus fluctuaciones entre la parcialización y la integración de la experiencia analítica.
LA PROPUESTA DE D.W. WINNICOTT.- EL ODIO EN LA CONTRATRANSFERENCIA.-
A partir de la primacía atribuida a la relación con la madre real en la evolución del sujeto, Winnicott desarrolló una concepción de la transferencia como repetición del vínculo materno. De allí parte el abandono de la neutralidad estricta, lo que no deja de recordar la técnica activa de Ferenczi. El management (gestión, dirección) de Winnicott consiste en dejar que el paciente aproveche las fallas y los desfallecimientos del analista. Es particularmente eficaz en los casos de pacientes frágiles, en los cuales la sugestionabilidad se pone de manifiesto por un falso self.
Winnicott se ocupó del “sentimentalismo sensiblero” (la sensiblería) como uno de los principales obstáculos para el análisis. En su artículo sobre “El odio en la contratransferencia”, de 1947 dice que un analista debe ser consciente de sus sentimientos contratransferenciales, tanto como para poder separar y estudiar detenidamente sus reacciones objetivas ante el paciente. Ante todo, el psicoanalista no debe negar el odio que realmente existe en él mismo, y que debe ser apartado y mantenido en reserva.
Durante ciertas etapas de algunos análisis, el paciente busca producir odio en el analista y lo que necesita encontrar es un “odio objetivo”; si no lo encuentra será imposible que se crea capaz de llegar a encontrar “amor objetivo”. Esta conclusión se funda en la hipótesis de que la madre odia al niño antes de que éste la odie a ella y antes de que pueda saber que ella lo odia a él. Winnicott extiende este odio original al análisis; es decir, según él, en consonancia con lo anterior, el analista odia al analizante antes de que éste lo odie a él y antes de que sepa que el analista lo odia. Algunas de las razones que Winnicott da son que el niño y el analizante no son una concepción mental de la madre y del analista. El niño y el analizante no son seres imaginarios y constituyen un peligro real para la integridad de la madre y del analista; es decir, inevitablemente interfieren en sus vidas, tanto profesional como privada, provocando diferentes grados de preocupación. Las demandas del niño y del analizante pueden ser voraces, crueles y desconsideradas. La madre y el analista deben ocuparse durante mucho tiempo de sus pulsiones orales y anales. El niño y el analizante se desilusionan con frecuencia de su madre y de su analista. No suelen tener en cuenta, ni les interesa lo que su madre y su analista hacen por ellos, son suspicaces y muchas veces rechazan lo que se les da o lo que se les dice. Este comportamiento provoca que tanto la madre como el analista, se sientan inseguros y duden de la bondad y utilidad del trato ofrecido al niño y al paciente. Si la madre y el analista se equivocan, sobre todo en los comienzos, pagarán un gran costo por ello. El niño y el analizante son provocadores, pero la madre y el analista deben abstenerse de caer en esa provocación. Es decir, -según Winnicott-, lo más notable de una madre (y del psicoanalista, en consecuencia) estriba en su capacidad para encajar todo el daño que venga del pequeño y, por ello, en su capacidad para odiar y contener dicho sentimiento, sin pagarle a él con la misma moneda. La ternura excesiva, es decir, la sensiblería, no sirve de nada ya que, contiene una negación del odio; y en ese sentido no es útil para el niño. Winnicott plantea que el analista al principio debe de ser tolerante y debe de dar muestras de ello a su paciente, puesto que éste en la mayoría de los casos no está en condiciones de advertir que el odio del analista es engendrado por lo que él provoca con su cruda manera de amar.
LA TRANSFERENCIA DE IMPULSOS Y DEFENSAS: LA SOLUCIÓN DE ANNA FREUD.-
Anna Freud en su libro “El Yo y los mecanismos de defensa”, resolvió sabiamente el dilema entre interpretar las fantasías inconscientes o las resistencias del Yo, cuando aclaró que durante el tratamiento se daban transferencias de impulsos y transferencias de defensas.
Ella estudia la transferencia con el método estructural de la segunda tópica, gracias a lo cual se clarifica que desde un principio, tanto el ello como el yo pueden intervenir como agentes del fenómeno transferencial.
Viene a decir A. Freud que no sólo hay transferencia de impulsos positivos y negativos, de amor y de odio, de instintos y afectos, sino también transferencias de defensas. Mientras la transferencia de impulsos o tendencias corresponde a irrupciones del ello y es sentida como extraña a su personalidad por el analizado, la transferencia de defensas repite en la actualidad del análisis los viejos modelos infantiles del funcionamiento del yo. Aquí la sana práctica analítica nos aconseja ir del yo a ello, de la defensa al contenido. Esta es quizá, sigue A. Freud, la labor más difícil y, a la vez, más fructífera del análisis, porque el analizado no percibe este segundo tipo de transferencia como un cuerpo extraño. No resulta fácil convencer al analizado del carácter repetitivo y extemporáneo de estas reacciones, justamente porque son egosintónicas.
Con la publicación en 1936 de su libro» El Yo y los Mecanismos de Defensa «, Anna Freud aporta una contribución importante a la teoría de la agresividad y al concepto de transferencia negativa.
Introduciendo en esta obra el mecanismo de defensa «identificación con el agresor», establece una distinción implícita entra la moción pulsional agresiva de una parte y la agresividad defensiva por otra parte. Ilustra este mecanismo, entre otros ejemplos clínicos ofrecidos en su libro, del modo siguiente:
“Este mismo proceso de transformación opera de una forma más extraña cuando la angustia no se refiere a un acontecimiento pasado, sino a uno futuro. En otro lugar referí el caso de un niño que tenía la costumbre de hacer sonar el timbre de su casa con insistencia. Cuando se le abría la puerta abrumaba a la sirvienta con numerosos reproches por su tardanza y falta de atención. En el intervalo entre el llamar a la puerta y el estallido de rabia, experimentaba angustia por las posibles censuras de que podría hacérsele objeto por su desconsiderado modo de anunciarse, y antes de que la criada tuviera tiempo de presentar sus propias quejas, acusábala sorpresivamente. La vehemencia de su indignación preventiva corresponde a la intensidad de su angustia. Tampoco esgrimía su hostilidad contra cualquier sustituto: apuntaba precisamente contra aquella persona del mundo externo de la cual esperaba la agresión. En este caso, la conversión de agresor en agredido llegaba hasta su fin”. (pag 102 Obras escogidas A. Freud RBA. Biblioteca de Psicoanalisis. Barcelona 2006.
Es evidente que tales inversiones y desplazamientos también se producen en la transferencia y nos plantean entonces el problema de determinar si se trata o no de transferencia negativa y de qué tipo de transferencia negativa.
La distinción es tan sólo de carácter semántico porque Anna Freud y sus alumnos sostienen que hay una diferencia de calidad entre estos dos tipos de agresividad en la transferencia, así como que requieren tipos de interpretación diferente.
Podríamos establecer el mismo género de distinción entre sentimientos auténticos de amor y una afecto defensivo con respecto al analista. En el caso de una hostilidad cuyo motor sería pulsional, convendría interpretar el fantasma transferencial inconsciente. Si la agresividad es defensiva, la interpretación, en un primer tiempo, debería referirse a la angustia subyacente vinculada al temor frente a la posible agresividad del analista (aunque más tarde en el análisis, las proyecciones del paciente mismo revelen ser la fuente de la anticipación de esta agresividad). El acento, aquí, es puesto sobre el análisis de la resistencia, aunque ésta provenga de la transferencia o de otra fuente.
La transferencia negativa y los problemas de su interpretación en relación con la interrupción del tratamiento. Un error de técnica.-(A. Freud. El psicoanálisis infantil y la clínica”. Biblioteca básica de psicología profunda. Edit. Paidos. B. Aires. 1977.
El temor al fracaso que alberga todo profesional especializado en el campo de la psicología infantil deriva de la posibilidad de que, por una u otra razón, el tratamiento del pequeño tenga un fin prematuro. Se trata de una preocupación no carente de bases reales, puesto que en la mayoría de los casos el niño queda en peores condiciones tras un análisis inconcluso que con anterioridad a él: se pierde tiempo y se malgastan esfuerzos y dinero; se daña la reputación del analista y, por añadidura, el crédito de que goza el análisis de niños en sí mismo, también puede verse seriamente lesionado. Como dichos accidentes no son raros A. Freud considera que vale la pena examinar sus múltiples causas.
Hemos dejado ya de creer, -continúa A. Freud-, que todo período de transferencia negativa en el análisis de niños plantea un peligro concreto para la continuidad del tratamiento, ya que en esos momentos se desata un verdadero conflicto entre los padres y los hijos. Cuando se manifiesta la transferencia negativa, con frecuencia los niños se rehúsan a ser llevados al consultorio del psicoanalista o tratan de inducir a los padres a poner punto final al tratamiento. Sabemos ahora que los pequeños pueden pre-elaborar dichas fases de manera similar a los adultos, y que las manifestaciones de transferencia negativa suministran material tan valioso como en el análisis de los adultos. Por extraño que parezca, existen incluso informes sobre casos de niños en los que la transferencia negativa coloreó todo el cuadro clínico desde el principio al fin, sin por ello impedir el logro de resultados exitosos.
Sin embargo, los profesionales especializados en el campo del análisis de niños suelen interpretar las reacciones provocadas por una transferencia negativa algo más rápidamente que las respectivas reacciones producidas por una transferencia positiva, con el fin de evitar que alcancen una magnitud tal que dificulten las interpretación e impidan que el paciente elabore vínculo alguno con el psicoanalista. Pero, en términos generales, si se maneja correctamente, no es la transferencia negativa, en sí misma, el factor que ocasiona la interrupción abrupta de un tratamiento, por otra parte potencialmente satisfactorio.
Muy otra es la situación cuando se hallan implicadas tendencias hostiles que no se desplazan de objetos previos al analista, sino que afloran en el niño debido a la aplicación, durante la sesión de análisis, de ciertos métodos que (ahora lo sabemos a ciencia cierta) se cuentan entre los errores de técnica más comunes. Los pequeños reaccionan de manera adversa siempre que las defensas del yo contra el contenido inconsciente indeseable se ven atacadas demasiado abruptamente, en vez de permitírseles aflorar a la conciencia psicológica de manera gradual y no precipitada. De resultas de todo ello, surge en el niño una ansiedad que excede los límites susceptibles para su adecuado manejo. Hay varios informes sobre pequeños pacientes que se negaron de plano a proseguir el análisis cuando se producía esta situación.
LA PROPUESTA DE D. LAGACHE: EFECTOS POSITIVOS Y NEGATIVOS DE LA TRANSFERENCIA.-
Resulta interesante, aunque sea de manera muy concisa, traer a colación la propuesta de Daniel Lagache evocada por Laplanche y Pontalis con relación al tema de la transferencia positiva y negativa: «los términos de efectos positivos y negativos de la transferencia serían más comprensivos y más exactos. Sabemos que la transferencia de sentimientos positivos puede tener efectos negativos; y a la inversa, la expresión de sentimientos negativos puede constituir un progreso decisivo. «
LA PROPUESTA DE LACAN Y SUS SEGUIDORES. LA TRANSFERENCIA NEGATIVA COMO DRAMA INAUGURAL DE LA EXPERIENCIA PSICOANALITICA. CUALIDADES POSITIVAS DE LA TRANSFEENCIA NEGATIVA.-
“La transferencia negativa –comenta Jacques-Alain Miller- en su introducción al “Seminario sobre política de la Transferencia (1998) no es un tema del que solemos ocuparnos con frecuencia; sin embargo, si bien parece un concepto antiguo –y, agrega, un poco caduco-, “ofrece la particularidad de referirse a fenómenos que los practicantes del psicoanálisis y los analizantes conocen bastante bien”.
Lacan hizo un uso escaso, muy preciso de este término, centralmente en los primeros tiempos de su enseñanza, alrededor de los años 50, a partir del peso que tuvo en la teoría analítica, la transferencia negativa en oposición a la positiva. En la experiencia analítica, -decía Lacan- la transferencia negativa aparece ligada a fenómenos de amor y odio, afectos y sentimientos que parecen superficiales. Si consideramos la definición que da Lacan de la transferencia freudiana, a partir de su concepción del “sujeto supuesto saber”, la significación de saber que se produce en el análisis como relación epistémico-estructurante, es lo que ubica la transferencia; el resto aparece en la afectividad como fenómenos transferenciales. Este mecanismo ¿es libidinal o epistémico?. La posición de Lacan al respecto es que lo libidinal está afectado por el saber.
Para Lacan –continúa Miller en su comentario- lo positivo en la transferencia se limita “al hecho de mirar con buenos ojos”; sin embargo, por lo que respecta a la transferencia negativa, ésta se reduce al hecho de “no sacar el ojo de encima” (de no perder de vista al analista), al hecho concreto de estar atento y vigilante, de poner a prueba y sospechar continuamente del analista. Justamente, es a partir de la sospecha, subraya Miller, que podemos captar algo del significado de la transferencia negativa. La sospecha anticipa algo como negativo. La transferencia negativa podemos inscribirla –continúa Miller- entre saber y creencia, como “una creencia sustentada en la desconfianza”. Desde este punto de vista “la desconfianza que surge en la transferencia negativa”, si bien parece arruinar los fundamentos mismos de la experiencia”, tiene en común con la confianza, la anticipación de algún hecho. La sospecha como modalidad epistémica implica una verificación, no solamente sobre lo que hay sino, también, sobre la misma sospecha. Podemos observar en particular, indica Jacques-Alain Millar, el uso que de ello hace Lacan al plantear que “la transferencia negativa es el drama inaugural de la experiencia analítica”. Esta no es sino una forma de decir –aclara- que apenas se establece la relación analítica, el analista se torna sospechoso.
En esta línea, en consonancia con lo que observaba Freud, la paranoia presenta el estado más desarrollado de la transferencia negativa, porque no solamente se sospecha del otro, sino que el sujeto tiene la certeza de que el otro tiene malas intenciones con él.
Respecto a la neurosis, Lacan pone como ejemplo un motivo de consulta que es muy frecuente, la llamada falta de autoestima. El sujeto se presenta evaluando sus capacidades y su ser con relación a un ideal que le sirve de medida, y situándose en falta con respecto a ese ideal. “Si captamos la transferencia negativa a partir de la sospecha”, (teniendo en cuenta lo que establece Lacan, cuando dice que es del receptor del mensaje, en forma invertida, de donde el mensaje proviene), “podemos tomar esa sospecha, así como toda la serie de manifestaciones hostiles que se definen como transferencia negativa, como una respuesta al mensaje de una supuesta desvalorización que viene del otro”.
Precisamente, explica Jacques-Alain Millar, la transferencia negativa se sustenta en este nivel en el cual el analista se presenta como algo enigmático. En estos términos, –señala-, la transferencia significa que el otro tiene algo que interesa y por eso se despiertan sentimientos de amor, envidia y odio.
En este sentido, tanto la confianza como la desconfianza no impedirán su establecimiento, ya que en ambos casos se espera algo. Vemos introducirse entonces una disimetría según la cual podemos pensar que el odio es más verdadero que el amor, pues este último engaña sobre la naturaleza del objeto, mientras que el primero en su búsqueda del ser deja de lado las apariencias. El odio como “des-suposición de saber” puede ser una pasión lúcida, pudiendo constituir una dimensión creativa. De esta manera se sitúa, no solamente como primario con respecto al amor, sino, a la vez, como más certero y objetivante, porque no está tan entrampado en el narcisismo como la admiración y el amor.
A partir de lo dicho no podemos circunscribir el problema de la transferencia negativa a los fenómenos que conciernen exclusivamente a la vertiente de la hostilidad, la agresividad y el odio.
¿En función de qué pueden medirse, si las tuviera, las cualidades positivas de la transferencia?
Para Freud la transferencia positiva es la que juega a favor del desciframiento del inconsciente. Nos remitimos aquí a los trabajos sobre técnica analítica de 1911-1915, donde explica de qué manera la transferencia erótica, en la medida en que obstaculiza la cura, es una forma de transferencia negativa. De este modo, bajo esta rúbrica podemos encontrar fenómenos que se vinculan a lo pulsional en el sentido erógeno del término.
Según Miller, se plantea aquí, una temática interesante: la relación de la transferencia negativa con la alienación y la separación. Conviene entonces distinguir entre una vertiente de afecto y la vertiente de la relación con el inconsciente. Esta doble vertiente de la transferencia articula dos aspectos. Por un lado el hecho de ser pensada a partir del sujeto supuesto saber y fundada sobre una articulación del saber, pone en marcha la estructura simbólica; por el otro, la transferencia erótica, como búsqueda de una certeza fuera del significante, recupera la vertiente libidinal.
Podemos decir entonces que la transferencia negativa, de acuerdo a cómo se opere con ella, en su desciframiento, puede ser obstáculo, motor de interrupciones, detenciones en el trabajo, o ruptura del vínculo analítico pero también puede convertirse, desde otra perspectiva en motor fundamental de la cura.
LA PROPUESTA DE A. M. SANDLER. DISCRIMINAR ENTRE LAS DIFERENTES MANIFESTACIONES DE LA AGRESIVIDAD Y LA TRANSFERENCIA NEGATIVA.-
Cuando hablamos de transferencia negativa, sería útil, desde un punto de vista clínico precisar, de la forma más claramente posible, el sentido de este concepto y el modo en el que es utilizado. Valdría posiblemente la pena de distinguir, siguiendo la propuesta de A.M. Sandler (1987), por lo menos los seis puntos siguientes, basados en manifestaciones emocionales encontradas durante el curso de un análisis:
- Hostilidad manifiesta con respecto al analista que constituye un ensayo de mociones agresivas dirigidas (en el aparato psíquico) contra un objeto.
- Hostilidad manifiesta con respecto al analista que constituye una proyección actual o la externalización de una hostilidad dirigida contra un aspecto del sí o del objeto.
- Resistencia al proceso analítico que puede manifestarse de modos diversos incluido en forma de agresividad manifiesta o en forma de una actividad que el analista siente como agresiva.
- Transferencia inconsciente sobre el analista de movimientos hostiles dirigidos a un objeto infantil, que permanecen escondidos para la conciencia del paciente y anta los que ésta se defiende.
- Hostilidad defensiva que surge como una reacción a la angustia o a la culpabilidad en la transferencia (en particular si existe una espera inconsciente de una hostilidad que puede venir del analista).
- Una hostilidad justificada, sea conciente o inconsciente con respecto al analista si su conducta se lo merece.
A mi parecer, si reagrupábamos bajo el término de transferencia negativa todos los casos que se acaban de describir, correríamos peligro de entorpecer nuestra comprensión clínica.
En vez de dar a este término, como es a menudo el caso, una extensión demasiado grande, parecería más útil y más significativo, sobre el plano clínico, el reservarlo para la noción de amor decepcionado o de odio trasladados desde un objeto infantil (intrapsíquico) a la persona del analista.
El concepto de transferencia negativa no es, pues, después de llevar a cabo esta breve reflexión, tan simple y claro como pudiera parecer a primera vista. Por ello, termino aquí, pues no pretendo hacer una revisión de toda la literatura existente, ya que apenas aportaría alguna luz suplementaria a los problemas de fondo ya tratados en esta exposición.
El Escorial, Mayo 2007
Francisco Muñoz Martín
Miembro Titular con función didáctica de la APM
Director del Departamento de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes de la APM
Miembro de SEPYPNA (Sociedad Española de Psiquiatria y Psicoterapia del Niño y del Adolescente)
Gracias
Excelente trabajo.