Los llamados “mecanismos de defensa psíquicos” como organizadores del funcionamiento mental

Francisco Muñoz-Martín

(Psicoanalista. MiembroTitular con función didáctica de APM)

Con sus trabajos “Psicología de las masas y análisis del Yo”, “Más allá del principio del placer” y “El Yo y el Ello”, Sigmund Freud marcó una nueva orientación en el seno de la ciencia psicoanalítica. A partir de entonces, la animadversión que provocaba el Yo como objeto de estudio, considerado hasta entonces como una tarea anti-analítica, se transformó en simpatía y la instancia yoica centró el interés de la investigación científica de manera definitiva.

Actualmente, el interés psicoanalítico se centra en adquirir el mayor conocimiento posible de las tres instancias supuestas como constitutivas de la personalidad psíquica, así como de sus relaciones entre sí y con el mundo externo. En lo tocante al Yo, entraña: el estudio de sus contenidos, sus límites conscientes e inconscientes, sus funciones, y la historia de sus relaciones con el mundo exterior, el Ello y el Superyó, bajo cuyas influencias se ha formado. En relación con el Ello su estudio implica: las descripción de las pulsiones, los contenidos específicos del Ello y el estudio de sus transformaciones (Anna Freud. (1961) ”El Yo y los mecanismos de defensa”. Paidos. B Aires).

Desde el punto de vista de la teoría psicoanalítica el libro de Anna Freud “El Yo y los mecanismos de defensa” resulta ser el trabajo de conjunto más completo que se ha realizado sobre el tema y constituye la mejor introducción a la psicología que se ocupa del Yo, al estudio de los principios y problemas generales de la conducta, así como de una parte importante de la teoría y técnica psicoanalíticas.

Los procesos o mecanismos defensivos son aquellos medios psicológicos que el Yo utiliza para solucionar los conflictos que surgen entre las exigencias instintivas y la necesidad de adaptarse al mundo de la realidad, bajo determinadas influencias del ambiente familiar y social (Celes E. Cárcamo. Prefacio a la edición en lengua española. 1961).

El descubrimiento y la utilización de las reacciones defensivas del Yo en la teoría y en la práctica psicoanalíticas marcan el comienzo de una época definitiva en su desarrollo. A partir de entonces se modificaron algunos de sus fundamentos teóricos y clínicos y se lograron solucionar muchos problemas difíciles de resolver hasta entonces a la hora de ser aplicado como técnica útil en las intervenciones psicoterapéuticas.

La observación del Ello, del Yo y del Superyó.-

Las tres instancias psíquicas postuladas por el psicoanálisis como pilares de la personalidad difieren entre sí bastante en su accesibilidad a la observación. Por ejemplo, el conocimiento del Ello (el sistema que en los orígenes del psicoanálisis se llamaba El Inconsciente), sólo puede ser accesible a través de los derivados que pasan a los sistemas preconsciente y consciente de la mente humana.

Cuando en el Ello domina un estado de calma y satisfacción; cuando ningún impulso instintivo tiene motivo para invadir el Yo en busca de gratificación y producir allí sentimientos de tensión y displacer, carecemos de toda posibilidad de conocer sus contenidos. Por ello, teóricamente al menos, el Ello no es accesible a la observación directa en cualquier circunstancia (Anna Freud. 1961).

Con relación al Superyó, la situación es bastante diferente. Sus contenidos son en gran parte conscientes, lo que hace que sean accesibles a la percepción intra-psíquica. Sin embargo, la imagen del Superyó se diluye cuando entre el Yo y el Superyó existe una particular armonía. En este caso el Yo y el Superyó parecen coincidir desde el momento en que el Superyó como instancia aislada no es reconocible para la observación consciente del observador. Los límites del Superyó se hacen visibles únicamente cuando éste se enfrenta al Yo de una manera hostil o, al menos, crítica; es decir, cuando ciertas tendencias críticas suscitan estados perceptibles en el Yo como, por ejemplo, sucede cuando aparecen los efectos de los sentimientos de culpa.

El Yo como centinela.-

El Yo, pues, constituye el terreno pertinente para dirigir nuestra observación. Es el centinela que nos ayudará a capturar las manifestaciones de las otras dos instancias.

Cuando entre las diferentes instancias existe una relación, digamos de vecindad pacífica, el Yo cumple admirablemente su papel de centinela del Ello. Las diferentes pulsiones progresan siempre desde el Ello hacia el Yo, y desde esta instancia se facilita la entrada en el aparato motor que a su vez facilita el logro de la satisfacción. En los casos favorables, el Yo no tiene nada que objetar a las pretensiones del Ello, limitándose a percibir y poner sus fuerzas al servicio de dicha instancia. El Yo siente el asalto de la pulsión, el aumento de tensión con los sentimientos de desazón que le acompañan y, finalmente, la distensión concomitante a la vivencia placentera de la satisfacción. La observación de este proceso nos aporta la imagen fiel y transparente que buscábamos. El Yo en armonía con las pulsiones del Ello no se destaca ni presenta contradicciones.

Lamentablemente la cosa no es tan simple y la interacción entre las instancias conlleva casi siempre conflictos y, en consecuencia, el camuflaje de las intenciones del Ello. Alcanzar la satisfacción de las pulsiones no es una tarea fácil. En su recorrido las pulsiones del Ello deben cruzar un territorio desconocido y extraño para ellas. En el Ello prevalece lo que se ha convenido en llamar “proceso primario”, es decir, ninguna síntesis une entre sí las representaciones, los afectos concomitantes son desplazables, los opuestos no se excluyen mutuamente o bien coinciden, y la condensación se establece de forma espontánea; el principio de placer rige soberano los procesos del Ello. Sin embargo, en el territorio del Yo el curso de las representaciones se encuentra sujeto a estrictas condiciones que se ha convenido en llamar “proceso secundario”. Es decir, las pulsiones del Ello no pueden alcanzar inmediata y espontáneamente la satisfacción pretendida. Es necesario para ello tener en cuenta las exigencias de la realidad y, además, el respeto por las leyes éticas y morales que desde el Superyó determinan el comportamiento del Yo. Con frecuencia las pulsiones corren el riesgo de ofender o molestar a las instancias que le son esencialmente extrañas. Están expuestas a la crítica, a la limitación e incluso al rechazo y deben terminar resignándose a toda suerte de modificaciones.

La convivencia pacífica entre las diferentes instancias no resulta fácil y, finalmente, la armonía se rompe. Sin embargo, la experiencia demuestra que las pulsiones perseveran para lograr sus fines con tenacidad y energía, emprendiendo irrupciones hostiles contra el sistema yoico.

Por su parte, el Yo despliega un sistema de vigilancia e inicia contraataques e incursiones en el territorio del Ello. El propósito de estas acciones es conseguir tener controladas a las pulsiones del Ello mediante recursos defensivos adecuados que aseguren su estabilidad y sus fronteras.

Como consecuencia de estas acciones, finalmente, los psicoanalistas terminamos contemplando, ya no pulsiones puras, sino pulsiones deformadas, muchas veces en forma de síntomas psicopatológicos, teniendo que enfrentar la tarea, durante el tratamiento analítico, de descomponer y re descomponer el conjunto del proceso defensivo (que no es otra cosa que un compromiso más o menos logrado entre las instancias en conflicto) en las partes que corresponden al Ello, al Yo e incluso al Superyó.

Es interesante destacar que todas las medidas defensivas del Yo contra el Ello transcurren de forma silenciosa e invisible, es decir, se desarrollan de manera inconsciente para el sujeto. Es decir, no es posible seguirlas en el transcurso de su organización, sino que solamente resulta posible reconstruirlas de manera retrospectiva. El ejemplo más claro lo tenemos cuando triunfa la represión de una representación psíquica junto a la emoción concomitante. En un principio el Yo se muestra completamente ignorante de la existencia de todo este proceso. Es posteriormente, al tomar conciencia de la ausencia de ciertos fenómenos, cuando percibimos la ausencia de importantes pulsiones del Ello que esperaríamos encontrar en el Yo en busca de satisfacción. Si dichas pulsiones no se manifiestan tendremos que admitir que el acceso al sistema yoico no les está permitido y que han sucumbido a la represión.

Algo equivalente podemos decir con relación a una bien conseguida formación reactiva, una de las medidas defensivas más importantes del Yo para mantenerse bien protegido contra las pulsiones del Ello. Durante el desarrollo infantil estas formaciones reactivas se instalan de una forma casi imperceptible. En general, no resulta fácil confirmar que el impulso instintivo antagónico (el sustituido por la formación reactiva) haya sido consciente y percibido por el Yo del sujeto. Habitualmente existe un total desconocimiento, tanto del impulso rechazado como del conflicto que condujo a la instalación de la formación reactiva. Tan solo cuando se perciben determinados rasgos de exageración obsesiva que sugieren su carácter reactivo y enmascarado relacionado con un anterior conflicto, es cuando la observación analítica revela que es una formación de compromiso y que no tiene nada que ver con el desarrollo espontáneo del Yo.

Los diferentes mecanismos psicológicos de defensa.-

Las personas sanas normalmente utilizan diferentes defensas a lo largo de la vida. Un mecanismo de defensa del yo deviene patológico solo cuando su uso persistente conduce a un comportamiento inadaptado tal que la salud física y/o mental del individuo se ve afectada desfavorablemente. El propósito de los mecanismos de defensa del yo es proteger el conjunto “mente/sí mismo/yo” tanto de los ataques de ansiedad, como de los castigos o sanciones sociales, y/o para proporcionar un refugio frente a una situación a la que uno no puede hacer frente por el momento.

Para mayor exactitud hablar de mecanismos de defensa es hablar, específicamente, de mecanismos de defensa del yo. Estos pueden así ser categorizados y diferenciados cuando, por ejemplo, nos encontramos con los impulsos del ello en conflicto unos con otros, o cuando los impulsos del ello entran en conflicto con los valores y creencias del superyó, y, finalmente, cuando una amenaza externa es planteada al yo.

Los mecanismos de defensa se confunden a veces con estrategias de afrontamiento .

Las estrategias de afrontamiento (a veces llamadas con el término inglés coping) hacen referencia a los  esfuerzos, mediante una conducta manifiesta externa o interna, para hacer frente a las demandas pulsionales y ambientales, y los conflictos entre ellas, que exceden los recursos de la persona. Estos procesos entran en funcionamiento en todos aquellos casos en que se desequilibra la transacción individuo-ambiente. Se trata de un término propio de la psicología general y está especialmente vinculado al concepto de estrés.

Las llamadas técnicas de ajuste básico, mecanismos homeostáticos, estrategias de afrontamiento, etc.  son, junto a los mecanismos de defensa, mecanismos psicológicos que reducen las consecuencias de un acontecimiento estresante, de modo que el individuo puede seguir funcionando normalmente. Los modelos de comportamiento que componen la psiquis en el ser humano, son un compuesto de fuerzas. Estas fuerzas son las características genéticas, las características instintivas que residen en el inconsciente y los factores de desarrollo, que incluyen: adiestramiento, circunstancias ambientales del individuo, experiencia y formación.

La mayor parte de las personas mantienen un balance equilibrado entre estas fuerzas. Algunas veces el balance es muy tenue y se ajusta con los mecanismos de defensa.

«Estrategias de afrontamiento» se refiere a actividades y comportamientos de las que el individuo es consciente y «Mecanismos de defensa» más específicamente se refiere a procesos mentales inconscientes. Los «mecanismos de defensa», que como se ha dicho son comportamientos inconscientes, son diversas formas de defensa psicológica con las cuales el sujeto consigue vencer, evitar, circundar, escapar, ignorar o sentir angustiasfrustraciones y amenazas por medio del retiro de los estímulos cognitivos que las producirían. Entre los mecanismos de defensa se incluyen los siguientes:

Los principales mecanismos de defensa.-

Los principales mecanismos de defensa enunciados en su libro por A. Freud son: Condensación, Desplazamiento , Disociación, Formación reactiva, Negación, Proyección, Racionalización, Represión y Regresión

Condensación hace referencia según Sigmund Freud, y dentro del contexto psicoanalítico, a uno de los modos esenciales de funcionamiento de los procesos inconscientes: una representación única representa por sí sola varias cadenas asociativas, en la intersección de las cuales se encuentra. Desde el punto de vista económico se encuentra caracterizada de energías que, unidas a estas diferentes cadenas, se suman sobre ella.

Se aprecia la intervención de la condensación en el síntoma y, de un modo general, en las diversas formaciones del inconsciente. En donde mejor se ha puesto en evidencia ha sido en los sueños.

Se traduce por el hecho de que el relato manifiesto resulta lacónico en comparación con el contenido latente: constituye una traducción abreviada de éste. Sin embargo, la condensación no debe considerarse sinónimo de un resumen: así como cada elemento manifiesto viene determinado por varias significaciones latentes, también sucede a la inversa, es decir, que cada una de éstas puede encontrarse en varios elementos. Por otra parte, el elemento manifiesto no representa bajo una misma relación cada una de las significaciones de que deriva, de forma que no las engloba como lo haría un concepto.

Freud alude inicialmente al mecanismo de la condensación como fundamento del «trabajo del sueño» en su obra La interpretación de los sueños.

El desplazamiento es un mecanismo de defensa inconsciente por medio del cual la mente redirige algunas emociones de un objeto y/o representación psíquica que se percibe como peligroso o inaceptable, a otro más aceptable.

Según Laplanche y Pontalis consiste en que el acento, el interés, la intensidad de una representación puede desprenderse de ésta para pasar a otras representaciones originalmente poco intensas, aunque ligadas a la primera por una cadena asociativa.

Este fenómeno, que se observa especialmente en el análisis de los sueños, se encuentra también en la formación de los síntomas psiconeuróticos y, de un modo general, en toda formación del inconsciente.
La teoría psicoanalítica del desplazamiento recurre a la hipótesis económica de una energía de catexis susceptible de desligarse de las representaciones y deslizarse a lo largo de las vías asociativas.

El «libre» desplazamiento de esta energía constituye una de las principales características del proceso primario, que rige el funcionamiento del sistema inconsciente.

En psicología clínica, el término disociación describe una amplia variedad de experiencias que pueden ir desde un leve distanciamiento del ambiente circundante hasta distanciamientos más graves de la experiencia física y emocional. La principal característica de todos los fenómenos disociativos consiste en el distanciamiento de la realidad, en contraste con la pérdida de la realidad, como ocurre en la psicosis. Las experiencias disociativas se caracterizan además por la presencia de una variedad de construcciones mentales mal adaptativas en la capacidad imaginativa natural de la persona.

La disociación a menudo es presentada como un continuo. En los casos leves, la disociación puede ser considerada como un mecanismo de adaptación o un mecanismo de defensa con el que se intenta dominar, minimizar o tolerar el estrés, incluyendo el aburrimiento y el conflicto. En el extremo no patológico del continuo, la disociación describe hechos comunes como el soñar despierto mientras se conduce un vehículo. Avanzando a lo largo del continuo se encuentran estados alterados de la conciencia no patológicos. La disociación más patológica, por otro lado, corresponde a los trastornos disociativos, incluyendo la fuga disociativa y el trastorno de despersonalización con o sin alteración de la identidad personal o la autoconsciencia.

La disociación en psicología clínica y psiquiatría se refiere a

  1. una sintomatología donde elementos inaceptables son eliminados de la autoimagen o negados de la conciencia,
  2. o una sintomatología en la cual funciones corporales, ya sea completamente o bien por áreas de las mismas, dejan de operar o se ven seriamente impedidas, y donde no se presentan ni daño somático ni trastorno facticio. Esa «inaceptabilidad» mencionada se debe a que el constatar dichos elementos se ha vuelto aversivo para la persona, sea como estrategia de afrontamiento al estrés o ansiedad, o igualmente por contingencias especialmente de tipo social/interpersonal.

Para el psicoanálisis, la disociación es un mecanismo de defensa que consiste en escindir elementos disruptivos para el yo, del resto de la psique. Esto se traduce en que el sujeto convive con fuertes incongruencias, sin lograr conciencia de esto. Si bien puede aparecer en los pacientes con trastorno límite de la personalidad, los mecanismos disociativos tienden a ser mecanismos de estructuras altas de personalidad, ya que las estructuras borderlines y más bajas recurren a mecanismos más bajos como la escisión, y el splitting en el caso de la psicosis.

Freud consideró la disociación como un comportamiento de la psique aprendido durante la infancia. Se creía en los orígenes del psicoanálisis que las personas que permanecían en un estado pre-edípico, presentaban trastornos disociativos debido a la disruptiva entre el resentimiento e impotencia de la imagen de autoridad y el sentimiento protector que estos mismos dan.

La formación reactiva es un concepto del psicoanálisis que alude a una formación del inconsciente que interviene en la formación de síntomas. Se manifiesta como comportamiento, actitud o hábito que marcha en la dirección opuesta a la de un deseo reprimido. Surge como defensa contra la pulsión perturbadora, es decir, el sujeto construye una reacción contra la expresión de su deseo con el objetivo de protegerse de él (y en ese sentido, puede ser definida también como mecanismo de defensa). De este modo, por ejemplo, un excesivo pudor o autonegación pueden ser la formación reactiva desarrollada por una persona con tendencias pulsionales exhibicionistas de raigambre inconsciente.

Formulado en la terminología de la economía libidinal del lenguaje técnico psicoanalítico, la formación reactiva es una «contracatexis» fenoménicamente consciente, de igual fuerza, pero de dirección opuesta, a la «catexis» inconsciente.

En una somera clasificación de las formaciones reactivas, pueden agruparse en dos grandes categorías:

  • Localizadas, que se hacen palmarias en un comportamiento muy particular y específico
  • Generalizadas, que saliendo de su núcleo de origen se explayan hasta constituir rasgos de carácter generales, mediana o grandemente integrados a la estructura de la personalidad.

Aparte de su función como mecanismo de defensa, las formaciones reactivas constituyen una de las maneras como se forman los síntomas definidos desde un punto de vista clínico o de psicodiagnóstico. La naturaleza de la formación puede ser tan rígida, compulsiva o forzada que trastorna gravemente la vida del sujeto y su comportamiento, conduciendo a un resultado que parece, llevado a su extremo, opuesto (por segunda vez) al que se buscaba.

La negación es un mecanismo de defensa que consiste en enfrentarse a los conflictos negando su existencia o su relación o relevancia con el sujeto.

Se rechazan aquellos aspectos de la realidad que se consideran desagradables. El individuo se enfrenta a conflictos emocionales y amenazas de origen interno o externo negándose a reconocer algunos aspectos dolorosos de la realidad externa o de las experiencias subjetivas que son manifiestos para los demás. El término negación psicótica se emplea cuando hay una total afectación de la capacidad para captar la realidad. Ejemplo particular y extremo: “Dicen que fumar provoca cáncer, pero yo no lo creo, porque para mí resulta ser tremendamente placentero”.

La proyección es un mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias. En el caso de la proyección de aspectos negativos, este mecanismo opera en situaciones de conflicto emocional o amenazas de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto. Se «proyectan» los sentimientos, pensamientos o deseos que no terminan de aceptarse como propios porque generan angustia o ansiedad, dirigiéndolos hacia algo o alguien y atribuyéndolos totalmente a este objeto externo. Por esta vía, la defensa psíquica logra poner estos contenidos amenazantes afuera. La proyección positiva se da cuando el sujeto atribuye a otra persona cualidades dignas de ser admiradas, envidiadas, amadas, etc. Es un componente habitual, incluso necesario en el proceso del enamoramiento. El tipo de proyección positiva o negativa que el sujeto realice dependerá del momento emocional que esté viviendo, de su estructura psíquica y de la introyección que haga de sí mismo y su autopercepción.

Aunque el término fue utilizado por Sigmund Freud a partir de 1895 para referirse específicamente a un mecanismo que observaba en las personalidades paranoides o en sujetos directamente paranoicos, las diversas escuelas psicoanalíticas han generalizado más tarde el concepto para designar una defensa primaria. Como tal, se encuentra presente en todas las estructuras psíquicas (en la psicosis, la neurosis y la perversión). Por tanto, de manera atenuada, opera también en ciertas formas de pensamiento completamente normales de la vida cotidiana.

Con frecuencia se utiliza también el término como sinónimo de otro concepto psicoanalítico, el de transferencia. Aunque están relacionados, no significan exactamente lo mismo, siendo la proyección un concepto más amplio: la transferencia es una forma particular de la proyección, en la que los deseos inconscientes correspondientes a una situación relacional del pasado se reactivan y transfieren (proyectándolos) a una nueva constelación de relaciones presentes, como es el caso de la transferencia en el contexto de la relación terapéutica.

La racionalización es un mecanismo de defensa que consiste en justificar las acciones (generalmente las del propio sujeto) de tal manera que eviten la censura. Se tiende a dar con ello una «explicación lógica» a los sentimientos, pensamientos o conductas que de otro modo provocarían ansiedad o sentimientos de inferioridad o de culpa; de este modo una racionalización o un transformar en pseudo-razonable es algo que puede facilitar actitudes negativas, justificándolas para el propio sujeto o para su prójimo.

Un ejemplo es el caso de una persona que suele emplear con frecuencia humor cáustico en una relación interpersonal, y lo justifica interpretándolo como «juego» o «diversión», y no como una crítica o actitud agresiva. Es importante hacer notar que, para ser considerada racionalización, el sujeto debe creer en la solidez de su argumento, no empleándolo como simple excusa o engaño consciente.

La represión es un concepto central del psicoanálisis que designa el mecanismo o proceso psíquico del cual se sirve un sujeto para rechazar representaciones, ideas, pensamientos, recuerdos o deseos y mantenerlos en el inconsciente. De acuerdo con la teoría de Freud, los contenidos rechazados, lejos de ser destruidos u olvidados definitivamente por la represión, al hallarse ligados a la pulsión mantienen su efectividad psíquica desde el inconsciente. Lo reprimido constituye para Freud el componente central del inconsciente. Como decía Freud: «Lo reprimido se sintomatiza».

El concepto de represión, si bien no fue definido originalmente por Freud (en el siglo XIX ya había sido utilizado por Johann Friedrich Herbart así como también por Theodor Meynert) es Freud quien logra describirlo como mecanismo esencial de la escisión originaria entre los sistemas consciente e inconsciente en el aparato psíquico. El concepto ha sido adoptado por distintas escuelas y orientaciones del psicoanálisis con diversos matices, así como también por otras teorías psicológicas, las que utilizan el término con una definición a veces muy diversa.

Para Freud la represión opera porque la satisfacción directa de la moción pulsional, que en realidad está destinada a causar placer, podría causar displacer por entrar en disonancia con las exigencias provenientes de otras estructuras psíquicas o que llegan directamente desde el medio exterior.

En un sentido estricto, se trata del mecanismo típico de la neurosis histérica, pero en sentido lato es un proceso que ocurre en todos los seres humanos dado que constituye originariamente el proceso clave y fundacional del inconsciente.

La regresión es un mecanismo de defensa psíquico consistente en la vuelta a un nivel anterior del desarrollo. Puede observarse levemente en pacientes con una enfermedad médica y en sujetos que han padecido algún trauma psíquico.

Desde el punto de vista del psicoanálisisLaplanche & Pontalis lo definen como sigue:

Dentro de un proceso psíquico que comporta una trayectoria o un desarrollo, se designa por regresión un retorno en sentido inverso, a partir de un punto ya alcanzado, hasta otro situado anteriormente. Considerada en sentido tópico, la regresión se efectúa, según Freud, a lo largo de una sucesión de sistemas psíquicos que la excitación recorre normalmente según una dirección determinada. En sentido temporal, la regresión supone una sucesión genética y designa el retorno del sujeto a etapas superadas de su desarrollo (fases libidinales, relaciones de objeto, identificaciones, etc.). En sentido formal, la regresión designa el paso a modos de expresión y de comportamiento de un nivel inferior, desde el punto de vista de la complejidad, de la estructuración y de la diferenciación”.

Otros mecanismos de defensa identificados por el psicoanálisis.-

Melanie Klein (1962, 1964) postuló un yo que funciona desde el principio de la vida con ciertos rudimentos de integración y cohesión, de modo que sería el encargado de poner en marcha las operaciones defensivas primitivas que luchan contra el intenso sentimiento de angustia y la vivencia de aniquilación que provienen del funcionamiento del impulso destructivo dentro del organismo.

La actividad defensiva más temprana del psiquismo descrita por Freud y ampliada y desarrollada en su comprensión por M. Klein (1962) comprende la disociación y la proyección. El yo escinde y proyecta fuera la parte que contiene el impulso destructivo, colocándola en el objeto externo original: el pecho.

Los procesos de disociación, característicos de los niveles mentales más primitivos, están considerados entre las defensas de mayor importancia para contrarrestar las manifestaciones más tempranas de ansiedad. El prototipo de estas defensas es el de la disociación del objeto (el pecho) en dos: uno “bueno” y otro “malo”. Este clivaje del objeto lleva concomitantemente a la disociación de afectos del yo por el objeto en amor y odio. Es decir, que, frente a la abrumadora ansiedad de ser aniquilado, el yo se esfuerza por utilizar recursos defensivos extremos, proyectando lo malo e introyectando lo bueno.

Otra defensa esencial de la etapa primaria del desarrollo –llamada por M. Klein “esquizo-paranoide” es la identificación proyectiva por la cual se escinden partes del yo y de objetos internos que se proyectan sobre el objeto externo, que queda entonces controlado por las partes proyectadas e identificado con ellas.

Estas ansiedades y defensas tempranas no sólo pueden constituir la base de futuros trastornos psicóticos, sino que forman parte de la evolución normal y del proceso progresivo del desarrollo. Así por ejemplo, la disociación permitirá al yo salir del caos y ordenar sus experiencias; será también el promotor y estímulo de la futura capacidad de discriminación y de la represión ulterior. La identificación proyectiva es la forma más temprana de “empatía” y de comunicación, y estará en la base de toda relación humana. El yo se irá identificando gradualmente con el objeto ideal para adquirir más fuerzas y poder enfrentar las ansiedades con mayores recursos.

Entre las defensas tempranas se deben mencionar también aquellas que están dirigidas específicamente contra la envidia. M. Klein (1960) consideró la envidia como una expresión primaria de los impulsos oral-destructivos, con una base constitucional que opera desde el comienzo de la vida. Entre las defensas contra la envidia se encuentran la omnipotencia, la negación y la disociación. A través de la idealización se exalta al objeto y sus cualidades como intento de disminuir la envidia. La confusión es empleada en forma defensiva para contrarrestar la persecución y la culpa por haber atacado al objeto por envidia. La huida del objeto primario hacia otras personas también constituye una forma de preservarlo. La dispersión de las emociones evita que el odio y la envidia puedan ser dirigidos contra el objeto original. Otra defensa frecuente es la “desvalorización del objeto”, pues se le considera arruinado: ya no necesita ser envidiado. En cambio, la desvalorización de la persona es un tipo de defensa más depresivo, pues a la vez que niega la envidia se castiga por ella. “Despertar la envidia en otros” puede resultar una defensa eficaz basada en la inversión de la situación.

Una categoría de defensas que se utilizan en plena posición depresiva para contrarrestar las ansiedades depresivas y el dolor y la culpa que podrían conducir al sujeto a la desesperación total, son las defensas maníacas (Segal 1965). Esta categoría, si bien incluye operaciones defensivas que se manifestaron durante la “posición esquizo-paranoide” está constituida principalmente por una triada de sentimientos formada por control, triunfo y desprecio. Controlar al objeto es una manera de negar la dependencia de él. El triunfo es la negación de sentimientos depresivos ligados a la valorización e importancia afectiva otorgada al objeto. El desprecio se utiliza para negar también la valorización y actúa como defensa contra la pérdida y la culpa.

Finalmente hay un tipo especial de defensa durante este período que es el de al “reparación maníaca”. El objetivo es el de lograr una calidad de reparación, pero sin que dé lugar a sentimientos de culpa o de pérdida. La reparación maníaca no va dirigida a los objetos originales, sino a los objetos más alejados, a los que no se está ligado por vínculos afectivos importantes; incluye también la negación del daño que uno mismo siente haber infligido al objeto, y lo más característico de esta clase de reparación es el maltrato al objeto al que se considera inferior, dependiente y, en última instancia, despreciable. Por lo tanto, la reparación maníaca no alivia la culpa ni proporciona satisfacción duradera.

 

 

 

 

 

 

 

 

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