“Estoy enloqueciendo porque creo entender lo que nos está pasando”. Son palabras de una paciente internada en el IFEMA de Madrid durante el mes de abril de 2020 a causa del COVID-19.
Estas palabras no me parecieron extrañas, sino que despertaron en mi algo familiar relacionado con la historia de mi práctica cotidiana como psicólogo y psicoterapeuta.
Ese modo de sentirse “enloquecer,” lo había encontrado antes en otros pacientes, adultos y niños, que estaban atravesando experiencias significativas por enfrentarse a situaciones reales vivenciales disruptivas, que impactaban en su equilibrio emocional y en su funcionamiento psíquico.
Pasando revista a la biografía de mis pacientes y a la historia reciente de mi país, y de otros países colindantes que habían pasado por situaciones traumáticas de parecida índole (guerras, terrorismo, epidemias, catástrofes naturales varias, etc.), se presentaba en mi mente, de forma contradictoria, uno de los axiomas indiscutidos sobre los cuales los profesionales de la salud mental hemos venido basando nuestro trabajo clínico: la dificultades de nuestra mente para interpretar correctamente la “realidad disruptiva”, elaborándola e integrándola en nuestra vida y en nuestras actividades ya que, no solamente coarta nuestra capacidad de cuestionarla y comprenderla sino que, además, nos produce importantes trastornos… y nos enferma.
¿Cuántas veces es la propia realidad con sus parámetros dislocados, con su aletoriedad, la que se vuelve imprevisible, impacta en nuestras vidas e inhibe la capacidad de nuestra mente para enfrentarla?
La pandemia de COVID-19 nos ha desorganizado sanitaria, social, laboral familiar y mentalmente. Es decir, el entorno social y real disruptivo es lo que, si no agrava un trastorno ya existente, trastorna más a las personas y altera la comprensión adecuada de esa realidad como algo dislocado y enloquecedor que se presenta cómo, y significa, para el ser humano una gran amenaza.
Las expresiones nuevas, como la de la paciente internada en el IFEMA, así como los discursos nuevos que escuchamos en nuestras consultas, generan una situación imprevista y novedosa en estos tiempos de confinamiento a causa del COVID-19.
¿Qué puede hacer un psicoterapeuta cuando escucha a un paciente decir que está desesperado, pero no a causa del esfuerzo que debe hacer para sobrevivir él y su familia frente a las dificultades “normales” de la vida, sino a causa de la situación amenazante actual, puesto que se siente desorientado e impotente frente a qué hacer en estos momentos para enfrentar las nuevas condiciones de vida; en esta situación que no parece tener sentido, ya que puede siempre surgir algún cambio no previsto en el ambiente que haga estériles todos sus empeños e iniciativas?.
¿Cómo gestionar las vivencias de estas personas que suelen ser luchadoras y capaces de encajar los fracasos en sus vidas, y superarlos, cuando nos expresan afectados: “frente a esta situación me siento impotente…la solución no depende de mí…no sé que está bien y qué mal…tengo miedo de salir a la calle y de ir al supermercado…; sabiendo, en estos momentos, que el resultado de esta decisión no va a garantizar su deseable seguridad?
En esta situación, las personas intentan alejar la amenaza, pero viéndola reaparecer inmediatamente en cualquier contexto cercano y bajo diversas formas.
Estos relatos de nuestros pacientes hoy de nuevo trastocan el saber en el que los profesionales solíamos refugiarnos, hasta que la disrupción de la nueva realidad amenazante e inesperada ha venido a desbaratar nuestras costumbres y nuestra seguridad.
Ahora nuestros pacientes denuncian los puntos ciegos de la ciencia y de nuestra sociedad, así como los nuestros propios como profesionales, enfrentándose diariamente a lo imprevisible y a lo invisible que, aunque le han puesto nombre y apellidos (COVID-19), se muestra gravemente amenazante, alterando las condiciones regulares de sus vidas, impidiéndole evaluar correctamente el presente y decidir cómo actuar de cara al futuro.
Dado que la causa de tener que estar viviendo esta tragedia no está en nuestro psiquismo, a pesar de utilizar todos los mecanismos de defensa físicos y psíquicos a nuestro alcance, esto no deja de influirnos frente a la sensación de que la causa está en el deterioro o el derrumbe del espacio vital en el que nos hallamos inmersos.
En 2003 M. Benyacer (psiquiatra y psicoanalista), acuño el término de SAD (Síndrome de ansiedad por disrupción), para designar el cuadro que genera en algunas personas el nuevo hecho de vivir en uno de esos espacios disruptivos que, al continuarse en el tiempo, sufren un deterioro paulatino, desigual y progresivo, causando padecimientos que obedecen a traumas y violencias que impactan en el psiquismo del ser humano.
Estas formas actuales de articulación ante lo real y lo psíquico, ante lo social y lo individual, produce cuadros sintomáticos que nos piden acercarnos a la experiencia singular idiosincrásica, dependiente de la estructura psíquica de cada individuo, a través del cristal de los eventos reales asociados con esas experiencias.
Hoy el COVID-19, en nuestro entorno, aunque no estamos preparados para lidiar con la suficiente eficacia y seguridad frente a esta amenaza, necesitamos dilucidar qué variables conducen a nuestros pacientes a una situación de desvalimiento, en general, y psicológico en particular.
Para ello debemos enlazar nuestras teorías y nuestras prácticas con las de otras disciplinas, tan aparentemente diferentes, como la neurofisiología, la embriología, la etología, la antropología, la ciencia política y hasta el arte y la literatura (Suser y Suser. 2002).
Dr. Francisco Muñoz Martin
Psicólogo clínico, Psicoterapeuta. Psicoanalista
Miembro de IPA, APM, SEPYPNA e IEPPM.