INCIDENCIA DE LA EDUCACIÓN NO FORMAL EN LA PERSONALIDAD ADOLESCENTE Y JUVENIL.-

Doctor Psicología Clínica

Francisco Muñoz Martín

Psicólogo Clínico

LA EDUCACIÓN NO FORMAL EN NUESTRO CONTEXTO SOCIAL.-

  La educación no formal es el proceso de formación de la personalidad y la adquisición de conocimientos, actitudes y destrezas que pretende alcanzar las finalidades determinadas por la tradicional educación formal, de manera paralela a esta y particularmente para poblaciones de alumnos o educandos especiales, utilizando una mayor flexibilidad en el calendario, horarios y duración de los niveles y ciclos de la educación, así como utilizando una mayor diversidad de medios para conseguir estos objetivos.

Todas las influencias pedagógicas que las personas con potencial educativo pueden recibir podrían reducirse a tres ámbitos fundamentales distintos entre sí: el ámbito de la educación formal, el ámbito de la educación no formal y el ámbito de la educación informal. Por educación formal entendemos la oferta educativa sistematizada, planificada, profesionalizada, en definitiva”, formalizada”, que suele ser la que recibimos en el sistema escolar tradicional (ej.: la educación primaria de nuestro sistema escolar.) Por educación “no formal”, así pues, entendemos toda la influencia formativa recibida mediante otros programas educativos desarrollados en instituciones paralelas al sistema escolar oficial pero no incluidas en él. Este tipo de educación debiera gozar de las mismas características: planificación, profesionalización, intencionalidad, organización, etc., que la enseñanza formal; pero su práctica se imparte fuera del sistema escolar en instituciones de carácter público o privado, confesionales o aconfesionales. Finalmente, por educación informal se entiende aquella procedente de todos los estímulos educativos que captamos en nuestro entorno sociocultural y que no se encuadran en los anteriores tipos de educación descritos: formal y no formal (un ejemplo podría ser la educación que cualquier persona recibe en el ámbito familiar por medio de los canales de transmisión de la información típicos de este contexto: modelos parentales, comics, televisión, juegos informáticos, etc..

Las primeras definiciones que se han dado de la educación no formal por instituciones oficiales o no gubernamentales, como sería el caso de UNICEF, -entre tantas otras-, señalan de manera unívoca que la educación ofrecida fuera del ámbito escolar oficial es “cualquier actividad educativa, organizada y sistemática, que se lleva a cabo fuera de la estructura del sistema formal, a fin de proporcionar una tipología especialmente seleccionada de aprendizaje dirigida a subgrupos específicos de la población infantil, adolescente, juvenil o adulta por igual”.

Plantear que se trata de cualquier actividad educativa indica que la educación no formal puede estar integrada por un amplio y diverso abanico de actividades tanto formativas como de aprendizaje.

Por otra parte, al señalar la existencia de una tipología selecta de aprendizaje se indica que no es necesario impartir todos los contenidos que tradicionalmente corresponden a una concepción integral de la enseñanza, sino aquellos dirigidos a ciertos colectivos específicos de la población que resuelvan mejor las carencias detectadas y consigan alcanzar determinados objetivos.

Finalmente, al establecer que la educación no formal está dirigida a subgrupos específicos de la población, indica que este tipo de educación no se dirige a todas y cada una de las personas que integran la sociedad, sino que está concebida fundamentalmente para aquellos colectivos que por determinadas razones requieren esta forma de aprendizaje; es decir, niños, adolescentes y jóvenes marginales, grupos culturales minoritarios, inmigrantes, campesinos, etc.

Por todas estas razones y enfoques que han caracterizado esta“vía no formal” de impartir formación y enseñanza desde sus inicios, son por las que durante mucho tiempo este tipo de actividad formativa fue considerada como una educación de segundo orden, y concitó mucho rechazo por parte de aquellos que se oponían a la existencia de actividades educativas y formativas  de “menor nivel” y al margen de los cauces tradicionales instituidos.

La educación no formal, no convencional, alternativa, ofrecida al margen de la escuela tradicional,  es aquella donde fundamentalmente el sistema de influencias educativas se comparte entre un amplio abanico de agentes educativos, incluyendo a las familias y a la comunidad en general, y donde el papel del maestro, del profesor o del educador profesional disminuye su papel protagonista, convirtiéndose junto a otros agentes  en un promotor y facilitador del trabajo educativo.

Ampliando este concepto, podemos señalar que la modalidad “no formal” abarca los procesos educativos y formas de autoaprendizaje que se realizan fuera de los centros educativos, con programas desarrollados con metodologías en los que pueden participar también la familia y la comunidad, dentro de una filosofía de concertación interinstitucional de los sectores públicos y privados, y donde la dimensión de las acciones educativas no está dirigida exclusivamente a los menores en edad escolar, sino a todos aquellos “colectivos especiales” de individuos que configuran e integran el amplio espectro del contexto social.

La flexibilidad de esta modalidad de enseñanza permite adecuar su oferta a las características, requerimientos, intereses y prioridades de estos colectivos y a las específicas condiciones geográficas, socioculturales y económicas del medio, así como adecuar a esta empresa tanto los servicios como los recursos con que se cuenta para alcanzar los objetivos programados.

Así pues, el tipo de educación ofrecido por la vía no formal va mas allá de los enfoques tradicionales estrictamente pedagógicos y psicológicos instituidos, concibiéndose como un proceso de formación, educativo y socializante, amplio y mediante el cual los miembros de la comunidad se organizan e integran para hacer frente a los problemas de los “colectivos especiales” de individuos presentes en el ámbito social.

Teniendo en cuenta estos razonamientos podemos adelantar que no existe un único modelo organizativo de educación no formal, sino muchos y posibles modelos determinados por las propias condiciones y necesidades donde se han de aplicar. Algunos de los posibles modelos puestos en práctica hasta el momento actual han sido los centrados en el hogar familiar, los centrados en parientes y otros adultos del entorno familiar, los modelos centrados en un programa integral de atención psico-social, los modelos de atención grupal e, incluso, los modelos basados en la educación informal.

Es posible la existencia de otros modelos que combinen particularidades de los expuestos, pero en términos generales, estas son las variantes o alternativas más usuales, y que suelen con frecuencia caracterizar lo que se hace en un país determinado; aunque en ocasiones pueden existir varias formas organizativas en un mismo territorio, pues ello depende de las condiciones particulares de cada comunidad

Veamos algunos aspectos tanto positivos como negativos de estos programas “no formales” de intervención educativa.

Un aspecto muy importante de este tipo de programas es que mediante ellos es posible aumentar considerablemente la cobertura de atención y educación de los menores desescolarizados, lo cual resulta a veces muy difícil de conseguir mediante la vía institucional, indudablemente mucho mas costosa y compleja.

Otro aspecto positivo es el considerable efecto que tienen en la promoción de la familia, que incrementa así su potencial educativo debido a la acción directa que se realiza con ella.

La participación de la comunidad, la incorporación de la mujer a la vida laboral y la implicación social de la familia y de otras instituciones sociales constituyen, a su vez, aspectos positivos de la realización de estos programas educativos no convencionales.

Los programas educativos no formales generan una mejoría en las condiciones bio-psico-sociales de vida de los colectivos implicados, los hábitos de alimentación,  la práctica de otros hábitos higiénicos, sean físicos o mentales y la influencia en la prevención de problemas sociales en los menores, la familia y la comunidad, que muestran mayores niveles de respuesta social, son aspectos derivados de la participación en dichos programas.

Los resultados de la aplicación de estos programas son a veces de carácter inmediato, pues se ha comprobado, sobretodo en el caso de la intervención con colectivos marginales de jóvenes y adultos que generan secundariamente un mayor porcentaje de ingreso a la escuela de los niños y una permanencia más estable, con menores índices de fracaso escolar.

Al ser marcadamente flexibles los programas educativos no formales permiten su aplicación en las más disímiles condiciones geográficas, tales como zonas comunales, hospitales y centros de salud, centros de trabajo, servicios sociales de desarrollo humano, comedores populares, zonas urbanas periféricas, zonas agrícolas de cosecha, cooperativas agrícolas e industriales, etc., entre muchas otras.

Por la adaptación curricular de sus actividades a las condiciones propias de los colectivos especiales de muchas comunidades urbanas o rurales, los programas educativos no convencionales asumen un marcado carácter multicultural, lo cual coopera positivamente con la aceptación social de los grupos minoritarios, los jóvenes  marginales y de zonas campesinas, entre otros factores sociales.

No obstante, a los programas educativos no formales se les suelen señalar con frecuencia determinadas deficiencias y aspectos negativos. Uno de los más difundidos es la clásica cuestión de si este modelo alternativo realmente alcanza los logros del desarrollo psicopedagógico previsto oficialmente para los menores, y si puede aspirar a equipararse con los que se alcanzan por la vía institucional formal. Esto solamente podrá definirse mediante la realización de investigaciones que comprueben, al menos tres datos:

  1. a) El nivel de desarrollo alcanzado por los niños a partir de su incorporación al programa, en las esferas intelectual, motriz, de lenguaje y socio – afectiva.
  2. b) La preparación adquirida por las familias para realizar acciones estimulantes del desarrollo de sus hijos y el grado de adecuación social de  las mismas.
  3. c) El  impacto social causado por el programa en la comunidad.

Estos tres factores condicionan el éxito que puedan tener estos programas, y su comprobación experimental es la vía que puede dar una respuesta definida a esta cuestión.

La insuficiente atención dedicada hasta el momento por las instancias oficiales constituye otra deficiencia de estos programas educativos, lo que se une a la poca flexibilidad de la administración pública a adecuar las normas administrativas requeridas y responder a las características diversificadas que demanda este tipo de educación.

La escasa sistematización y evaluación de estas modalidades de intervención educativa es otro problema importante, aún más agudo del que presenta la vía institucional oficial, lo que hace que en muchos lugares se desarrollen estos programas sin que exista una comprobación efectiva de su calidad y de su eficacia.

Para terminar esta breve exposición podemos añadir que la concepción de que estas modalidades son para ser utilizadas en poblaciones infantiles, adolescentes y juveniles en situación de riesgo, como son los colectivos de población marginales, limita la posibilidad de su extensión a los menores y familias de otros contextos sociales que no están en situación actual de riesgo, pero que por diferentes motivos no pueden asistir regularmente a las instituciones oficiales y privadas o quedan excluidos de las mismas por acumulación de fracaso escolar.

Es por ello que se hace imprescindible que, para consolidar los logros y paliar las deficiencias, se diseñen y validen programas realmente científicos de estas modalidades, que puedan demostrar su efectividad y su calidad como tales.

INFLUENCIA DE LA EDUCACIÓN NO FORMAL EN LA PERSONALIDAD ADOLESCENTE Y JUVENIL.-

La adolescencia, como fase de la vida distinta de las demás no existió hasta finales del siglo XVIII.  Se atribuye a Jean-Jacques Rousseau la “invención” o el descubrimiento de la importancia que tiene la adolescencia en el conjunto del desarrollo del ser humano. Rousseau comunicó al mundo moderno, en su libro “Emilio”, el particular problema humano que se plantea cuando un niño se prepara para asumir las responsabilidades sexuales y morales de la edad adulta. Ciertamente este problema siempre existió; pero esperaba ser descubierto y tratado con detenimiento. Existía desde las primeras civilizaciones cazadoras-recolectoras y desde la antigüedad griega y romana hasta llegar al período histórico de la Ilustración francesa. La intención de Rousseau fue que la parte cuarta del libro “Emilio”, dedicada al período de la adolescencia (entre los quince y los veinte años), desarrollara sus teorías morales y educativas más importantes. Rousseau relata la adolescencia de “Emilio” como un “segundo nacimiento”. Durante la adolescencia el ser humano “nace verdaderamente a la vida” y “nada de lo humano le es ajeno”. Las pasiones sexuales de la adolescencia lo empujan más allá del amor a él mismo, hacia el amor a la humanidad. El advenimiento del impulso sexual es la verdadera base de las relaciones del hombre con su especie y de “todos los afectos de su alma”.

La idea de que la adolescencia es un “segundo nacimiento” fue retomada por Stanley Hall en su monumental obra publicada en 1904. en dos volúmenes: “Adolescence, Its Psychology and Its Relations to Physiology, Anthropology, Sociology, Sex, Crime, Religión and Education”. Stanley Hall describió la adolescencia como la “ultima gran ola” del crecimiento humano, una ola que “arroja al niño a las orillas de la edad adulta”, tan relativamente indefenso como tras un segundo nacimiento”. Para Stanley Hall como para Rousseau, la adolescencia era el punto de partida para alcanzar una etapa más elevada de la humanidad.

Casi cien años después nos encontramos aún ante la necesidad de crear una definición que pueda aplicarse universalmente, Debido a los importantes cambios que han ocurrido y que siguen ocurriendo en nuestra propia sociedad, las definiciones que podrían haber sido adecuadas hace veinte años ya no son aceptables, así como las de hoy, acaso serán inservibles dentro de diez años.

En nuestros días, muchas personas tienden a considerar a los adolescentes como si fueran bárbaros inmorales, o bien “jovencitos de cabeza hueca”, que pronto crecerán y superarán sus modos torpes y fastidiosos. Otros están convencidos de que juventud equivale a divinidad, por lo que emulan a esos “dioses poderosos” que temen y envidian. Los historiadores sociales modernos nos dicen que todo este asunto de la así llamada adolescencia no es más que un invento de esos dos idealistas románticos que fueron Jean-Jacques Rousseau y G. Stanley Hall.

 

La adolescencia, una larga etapa de transición entre la niñez y la edad adulta, no es meramente el lapso de tiempo invertido por el cuerpo del ser humano en alcanzar el desarrollo físico y sexual definitivos. La adolescencia es también la fase crítica durante la cual el ser humano intenta aceptar el proceso de cambio que le conducirá a la obtención de la toma de conciencia de la realidad de sí mismo y de su propia identidad.

 

Todos los cambios corporales y psicológicos, todos los interrogantes sobre su propia realidad provocan en los adolescentes unos comportamientos, a veces contradictorios (críticos y despectivos o emotivos y entusiastas) en los que se alternan por una parte la desazón y la desesperanza y por otra la ternura y la violencia.

 

El  adolescente no solo se define con relación al grupo de semejantes o al grupo de adultos de referencia; no solo intenta integrarse en estos grupos intentando transformarlos para hacerlos más aceptables a sus ideales sino que, también, el adolescente dirige su atención hacia sí mismo, pretendiendo encontrar no solo su propia identidad, sino también sus propios límites físicos y mentales.

 

Para llevar a cabo esta búsqueda el adolescente suele recibir el estímulo, a veces positivo y otras negativo, de los abundantes y poderosos medios que la sociedad pone a su disposición tan pronto como se convierte en un consumidor habitual: viajes, todo tipo de prácticas y actividades sociales, políticas y religiosas, televisión, cine, música, drogas, etc.

 

En el mejor de los casos, consciente de su impotencia y de la vanidad que supondría pretender cambiarse totalmente a sí mismo o reformar rápidamente un mundo que le parece rígido y opresor, el adolescente, en el mejor de los casos, acaba por intentar modificar algunos aspectos de sí mismo y contribuir a cambiar en alguna medida otros de la realidad externa, con el fin de poder adaptarse al mundo que le rodea.

 

La expresión de inconformismo de los adolescentes suele ser la válvula de escape a la gran presión, interna y externa, a la que, generalmente, están sometidos. Por una parte a causa de los cambios corporales que sufre y a la presión de sus impulsos internos (agresivos y sexuales), y por otra a causa de la necesidad de adaptarse a la dinámica de la sociedad, realizando grandes esfuerzos por adaptarse a su entorno y al mundo en general que les ha tocado vivir. Esta situación les lleva a buscar su propia identidad y a formular criterios de vida no siempre acertados o exitosos.

 

Ante esta situación de ambivalencia, el adolescente también puede llegar a abrigar la esperanza de conservarse a sí mismo inmodificado, intentando no transformarse íntegramente y no llegar a ser como los adultos que rechaza.

¿Existe una única forma de desarrollarse y alcanzar la madurez? :

Se sabe que las experiencias de los adolescentes son múltiples y diversas. Por lo tanto es importante que los adultos revisemos nuestra concepción acerca de la existencia de un único e inmodificable camino de desarrollo.

 

Lo fundamental de la vida es el “ser” (frente al “tener”), y este “ser” tiene que poder reinventarse por cada ser humano en cada edad de su proceso evolutivo.

 

Los estudiosos de la infancia, en su deseo de ofrecer una imagen de la misma, integral y universal, han caído en una tendencia eliminatoria de estas diferencias. Es obvio que en cada uno de nosotros existen diferentes aspectos; es decir, como “otras personas” que irán conformándose a través de cada una de las etapas del desarrollo psíquico y social hasta conseguir dar forma a un tipo característico de personalidad.

 

Por ejemplo, en algunos sujetos la característica dominante de su personalidad será “lo intelectual”, todo lo relacionado con el pensamiento, mientras que en otros será el campo de “la afectividad”, y en otros todo lo vinculado a las relaciones sociales o a los valores morales.

 

No es fácil integrar todos los comportamientos de cada uno de los adolescentes en un esquema único. No debemos olvidar que lo que en realidad existe son seres humanos diferentes, “individuos”, jóvenes adolescentes y, debido a ello, son sujetos abocados a una gran variabilidad.

 

Pretender que una determinada característica o comportamiento de la adolescencia sea por sí misma la definición de esta etapa de la vida sería como excluir de la normalidad todas las facetas personales e individuales que no se ciñeran a ese enfoque limitado.

El adolescente conflictivo. La búsqueda de un sentido a la vida-

Sólo podrás conocer la fuerza del viento

Cuando camines en oposición a él

Nunca cuando te dejes llevar por él

S. Lewis

Un famoso personaje norteamericano visitaba en cierta ocasión una ciudad al norte de su país y le llamó la atención un joven a quien veía todos los días tumbado en el césped. Entabló con él la siguiente conversación:

¿Óyeme, tú no estudias?. ¿No tienes ninguna ocupación?

¿Cómo cuál? –dijo el chico, entreabriendo un ojo-.

Podrías estudiar.

¿Para qué?

Para ingresar más tarde en la Universidad.

¿Para qué?

Para obtener un título y poder trabajar.

¿Para qué?

Para poder ganar mucho dinero.

¿Para qué?

Para que puedas adquirir una buena casa y muchas otras cosas –contestó aquel hombre ya un poco perplejo-.

¿Para qué?

-Para que en tu vejez disfrutes de lo que tienes y descanses.

-Pues eso es justo lo que estoy haciendo ahora: descansar, respondió el chico, ante el sorprendido ciudadano americano.

A la gente joven no se le pueden hacer planteamientos como los que este personaje ofrecía a aquel chico. Con ideales de ese tipo es difícil dar sentido a la vida de nadie y pueden estar en la base de muchas situaciones de fracaso escolar y social.

Y el caso es que a veces, con los convencionales y  limitados ideales propuestos por la familia y la escuela tradicional, podemos dar a los jóvenes bastantes motivos para pensar así. Esto se une a que la etapa adolescente se caracteriza por la presencia de un cierto aire desmitificador, como el que asumen las personas que creen que ya lo han visto y probado casi todo -y casi siempre con cierta decepción-, no encontrando ya sentido a casi nada. Los adolescentes y los jóvenes, en general, pueden pasar por una fase en la que parece que para ellos lo importante fuera sólo lo inmediato, no atreviéndose a creer en nada más, porque tienen miedo a experimentar una decepción posterior. Prefieren creer en pocas cosas y esperar en casi nada, porque así se sienten mucho más seguros.

Cuando veamos que les sucede algo de esto, hay que procurar darles ánimos y respaldar su confianza en sí mismos. Decirles que es mejor soñar un poco aunque luego a veces uno se equivoque. Tener esperanza, aunque a veces se vea defraudada. Se trata de apostar por algo en la vida, sin resignarse a que todo siga en la mediocridad.

Cuenta la tradición que, en cierta ocasión, un bandido fue a matar a Buda. Y Buda le dijo: «Antes de matarme, ayúdame a cumplir un último deseo: corta, por favor, una rama de ese árbol.»

El bandido le miró con asombro, pero viendo que Buda era pacífico y no reaccionaba violentamente, resolvió concederle aquel extraño último deseo, y de un tajo hizo lo que Buda le había pedido.

Pero luego Buda añadió: «Ahora, por favor, vuelve a pegar la rama al árbol, para que siga floreciendo.»

«Debes estar loco -contestó el bandido- si piensas que eso es posible.»

«Al contrario -repuso Buda-, el loco eres tú, que piensas que eres poderoso porque puedes herir, matar y destruir a tu antojo. Eso es cosa fácil, cosa de niños. El verdadero poder lo tiene quien sabe crear y curar.»

Para destruir, para arrasar, para gritar de forma estéril, para estar diciendo siempre que todo esta mal, que no es esto…, para todo eso no hace falta arte, ni ciencia, ni esfuerzo, ni cualidades especiales.

No obstante todo, siempre es preferible  la rebeldía típica del joven adolescente al estéril conformismo burgués, porque no estar satisfecho del mundo en el que se vive y querer cambiarlo es algo digno de alabanza.
Pero la rebeldía, que es necesaria, debe reunir ciertas condiciones, y quizá la primera sea saber contra qué nos estamos rebelando.

Si nos rebelamos contra el mal, contra la injusticia, contra la mediocridad… es importante empezar por el mal, la injusticia y la mediocridad que se encuentra en nosotros mismos. No podemos ser como esos rebeldes de pacotilla que ni estudian, ni dan ni golpe, que no pueden ponerse frente a nadie como ejemplo de nada. Esto más que rebeldía son ganas de incordiar.

La historia está llena de ejemplos de “rebeldes” que cuando alcanzaron algún poder se volvieron burgueses. Y de “rebeldes” que, frente al fracaso de sus propuestas se convirtieron definitivamente en personas resentidas que sólo sabían hacer crítica destructiva.

Es muy fácil decir que algo está mal y que hay que cambiarlo, sin mover un dedo para conseguirlo. Lo difícil -y lo más necesario-, por el contrario es aportar ideas positivas para conseguir cambiar lo que realmente podemos cambiar. La adversidad y el dolor se presentan en la vida de todos.

Es una realidad sencilla y patente ante la que caben reacciones muy diversas.
Unos se crispan, maldicen y patalean. Otros se refugian en la estéril melancolía. Pero la melancolía es como una sombra que se cierne sobre nosotros y estrangula nuestra esperanza y nuestra creatividad.


La adversidad y el dolor no deben verse como cosas tan terribles. La mayoría de los pensadores que han afrontado seriamente el problema dicen que con la adversidad viene una enseñanza siempre útil para nuestra vida; que cuando se sabe recibir puede transformarse en algo positivo. No hay mal que por bien no venga. Los golpes de la adversidad son amargos, pero nunca estériles.

El dolor y la adversidad constituyen todo un espectro de contrastes en las personas. Unos, con muy poco, se desesperan. Otros, con mucho más, se crecen. El problema no está en que esas adversidades o esos dolores sean muchos o pocos, sino en la riqueza espiritual de las personas que los sufren, en su categoría personal, en el modo en que los asumen y en la existencia de otras personas y de otros recursos, no solamente materiales, sino educativos y formativos apoyados en personas e instituciones sociales, sean públicas  o privadas, confesionales o no, que puedan ayudar a superar dichas adversidades.

Por eso ha llegado a decirse que la valía de las personas suele ir en función inversa a las adversidades enfrentadas en sus vidas y en función de las oportunidades encontradas y bien aprovechadas o simplemente excluidas y descartadas durante su itinerario vital.

Para tener en cuenta la importancia de lo que aquí planteamos podemos echar mano de una estimulante anécdota. Cuentan que en un puente estrecho, de aquellos típicos que se encontraban hace unos siglos como colgados entre las dos orillas de un torrente, se paró en cierta ocasión un mulo, afirmándose con terquedad en el sitio. Intentaron arrastrarlo por el cuello, empujarle, e incluso molerle a palos el lomo, pero no había modo de hacerle avanzar. A uno y otro extremo del puente la gente esperaba el desenlace con impaciencia.
Hasta que llegó alguien que parecía entender de mulos. Se acercó tranquilamente al animal y lo agarró por el rabo, tirando con fuerza de él… hacia atrás. Al sentir el mulo que pretendían hacerlo retroceder, partió como un rayo hacia adelante, llegando a la otra orilla y dejando finalmente el paso libre.


Hay muchos jóvenes que son como el mulo del cuento y presentan el mismo espíritu de contradicción. Su norma principal es decir y hacer lo opuesto a lo que  digan o se hagan sus padres o sus profesores.

 
Para educar a esas personas, quizá lo mejor sería contratar los servicios de profesionales “expertos en testarudos”, como el de la anécdota, para que pongan en práctica estrategias que ayuden a resolver las contradicciones que paralizan la evolución natural de estos jóvenes.


Es triste ser tan tercos como aquel mulo, o tan autosuficientes que nunca sepamos aceptar una ayuda o un consejo. Todos necesitamos en ciertos momentos de nuestra vida, la presencia de otras personas y de otros recursos educativos que nos ayuden especialmente en los momentos particulares y conflictivos por los que atravesamos; y esto es mucho más cierto para algunos colectivos especiales de jóvenes. La presencia de alguien que nos comprenda y con quien poder desahogarnos alguna vez, de alguien que nos ofrezca pautas de comportamiento, momentos de reflexión y alternativas para salir del impasse en el que nos encontramos es algo imprescindible y fundamental para salir de la parálisis en la que nos acaban situando nuestras contradicciones internas y los inevitables conflictos con el medio ambiente.

 
Por todo lo expuesto, promover la existencia, en nuestra sociedad actual, de programas de intervención educativa no formal, y la existencia de centros e instituciones que gestionen adecuada y oportunamente esta actividad dirigida a colectivos de jóvenes en situación de marginalidad, parcial o general, así como fomentar y facilitar la existencia de profesionales con formación teórica y práctica suficiente para que puedan encargarse de llevar a cabo dichos programas con garantías de eficacia, cumpliendo los objetivos propuestos, es ya un paso importante para conseguir recuperar para la vida, para la familia y para la sociedad el mayor número de individuos, que de otra forma se verían condenados definitivamente al fracaso y a la marginalidad, sufriendo estérilmente y haciendo sufrir a su vez las consecuencias negativas de su sufrimiento, de su falta de formación, de educación y de solidaridad, al resto de sus congéneres.

 
 
Es muy duro para cualquier ser humano, y sobre todo para los jóvenes marginales, en los momentos críticos y difíciles de su vida,  no tener algún lugar especial o a nadie con formación suficiente a quien acudir que sepa darles un consejo oportuno en dichos momentos de dificultad.


Son muchos los jóvenes conflictivos y/o marginales que he conocido a lo largo de mi ya dilatada experiencia profesional que, integrados en la sociedad, habiendo creado una familia estable y trabajando en alguna organización pública o privada, recuerdan con emoción uno de esos encuentros providenciales con alguien cercano a su realidad marginal y conflictiva que en una situación particular, sea en el contexto de un programa de educación no formal, o en el contexto de una psicoterapia de apoyo, le apoyó en su proceso de búsqueda de sentido a la vida, le acompañó en su proceso de formación, le dio un particular consejo, o le proporcionó un específico instrumento, material o espiritual que determinaron un cambio significativo de rumbo en su vida.

Francisco Muñoz Martín

Psicólogo Clínico. Psicoanalista

Ex Coordinador del Departamento de Psicoanálisis de Niños y Adolescentes de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.

Ex Coordinador de los Equipos de Saud Mental del Ayuntamiento de Madrid

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